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Burro muerto

Di Stéfano. | Flickr

Como no sólo de pan vive el hombre, soy de los que seriamente se alegran cuando en el fútbol ganan los buenos adversarios, aunque no sean de mis preferencias. Reconozco que sigo al Real Madrid porque mi padre era de Di Stéfano  el más encomiable admirador, pero no dejo de reconocer la calidad de los que el miércoles ganaron al Inter de Milán con acerado coraje. El reconocimiento en los valores ajenos ennoblece desde el respeto y la gallardía, alejándose de frases hirientes que sólo reflejan una alarmante descompensación en la leche materna.

Escúchese la liturgia cuaresmal del Congreso de los Diputados. Y acepten hoy este chiste para corroborar lo que digo:

En la puerta de la iglesia apareció un burro muerto que, tras una semana, nadie se hacía responsable de quitarlo. Los olores ya eran insoportables. El cura avisó al alcalde para que remediase la negligencia y éste le contestó airado con una pregunta:

-¿Acaso no está en su oficio el enterrar a los muertos?

-Sí, respondió el sacerdote, pero también estamos obligados a avisar a los parientes.

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