Hoy: 24 de febrero de 2025
PAOLA DOMÍNGUEZ BOULLOSA
No logro descifrar exactamente el momento en el que los seres humanos nos perdimos en la era de las comunidades y sociedades globales. No logro comprender con exactitud cómo la era de la comunicación ha podido desvirtuar tanto su propia esencia de mantenernos cercanos y comunicados, y lo peor es que no alcanzo a visualizar cómo una sociedad global evolucionada puede existir si los seres humanos que la comprenden, la viven y habitan son cada vez más involucionados.
Sí, la involución humana se está haciendo cada vez más presente en la medida en la que se van perdiendo las habilidades que nos hacen realmente humanos: la capacidad de sentir lo que el otro siente; nuestra capacidad de ver al otro, tratarlo, respetarlo y procurarlo como lo que es, un ser humano. Ni la inteligencia artificial ni los avances tecnológicos de más alto nivel podrán llegar jamás a compararse con la perfección absoluta de lo humano, a menos que comencemos a deshumanizarnos como lo estamos haciendo.
No me malinterprete, la evolución y el desarrollo son fascinantes, donde estamos errados es en el uso equivocado que hacemos de ello. Se lo digo porque no hemos logrado construir una sociedad global como se imaginó; ni tampoco hemos podido en la hipercomunicación mantenernos informados ni comunicados, tampoco hemos logrado, por muchas leyes, tratados internacionales, leyes a favor de las minorías, derechos humanos, organizaciones internacionales y demás, ser sociedades más pacíficas, justas, respetuosas, solidarias o mínimamente más sensibles frente al sufrimiento de los demás; por ser, no hemos sido ni siquiera más conscientes ni de las personas con las que nos cruzamos a diario que, siendo anónimas, por ese simple roce diario, ya no deberían serlo.
Sí, mi querido lector, no sé si comparte conmigo este sentimiento, pero es triste que se pierdan las habilidades sociales que tanto bien nos hacen y que todos necesitamos: un buenos días, un gracias y cómo está… una mirada sincera, solidaria hacia el otro, un respeto hacia los adultos mayores, a los enfermos, a los que no la están pasando bien, una responsabilidad conjunta frente a la protección de un menor, una mínima y sana convivencia en el respeto de todos…
Y no quiero extender aquí reflexiones sobre moralidad o civismo… sino una modesta invitación al sentido común de lo que nos hace a todos verdaderos seres humanos y, de ser posible, buenas personas, y ésa es nuestra relación con el otro, porque, aunque usted no lo crea, para tomar cualquier decisión acertada en su vida requiere cierta habilidad y pericia para relacionarse con los demás… tampoco imagine que necesita un arsenal de conocimientos… para ser buena persona lo único que necesita es la capacidad de comprender al otro, y ésa es una habilidad esencial de lo humano, la capacidad de ver al otro y de hacer que se sienta visto, valorado, escuchado y comprendido.
Créame, el odio no es mayor desprecio que la insignificancia de lo invisible; la indiferencia hacia lo que sucede, hacia los demás, está involucionando nuestras sociedades. La vida resultará siempre mucho mejor si podemos ver y comprender la vida desde otras perspectivas además de la nuestra. Las verdaderas conexiones no son las que se producen en la ilusión del contacto social, sino en la cercanía real, en sentirnos los unos a los otros a través del diálogo, del pensamiento, del sentir, del ser. Necesitamos aprender a escuchar ese sentir de los demás, no sólo para comprenderle, sino para comprendernos mejor a nosotros mismos.
De qué nos sirve tanta democracia, pluralidad, libertad, tanta comunicación y tanto de todo si nos perdemos a nosotros mismos en los reflectores, en el ilusionismo de las pantallas, en la magnificencia de lo propio y en la insignificancia de lo ajeno… sólo piénselo… Como siempre, usted elige.
¡Felices visibilidades, felices vidas!
Por su interés reproducimos este artículo de Paola Domínguez Boullosa publicado en Excelsior