En el ámbito de la administración de justicia, donde la formalidad y la rigurosidad son inherentes, la interacción humana desempeña un papel crucial. A menudo, la percepción del ciudadano sobre la justicia se ve profundamente influida por el trato recibido al acercarse a los tribunales. Es aquí donde figuras clave, con su calidez y atención, transforman la experiencia, humanizando lo que, a priori, podría parecer un sistema frío y distante. Nos referimos a esos profesionales que, aunque a menudo anónimos, son los funcionarios de Auxilio Judicial, los de Tramitación Procesal y el resto del personal de atención, cuya labor diaria asegura la cercanía de la justicia al ciudadano.
Para comprender la magnitud de su presencia, podemos hacer una analogía con la arquitectura que nos rodea en nuestras ciudades. Al igual que las imponentes columnas o atlantes que soportan los edificios más emblemáticos e históricos de nuestras capitales españolas, confiriéndoles solidez y permanencia, existen en nuestros juzgados y tribunales unos pilares humanos que sostienen la base fundamental del servicio público. No son solo las leyes o los procedimientos, sino la gentileza y la disposición de quienes los aplican y atienden, lo que verdaderamente construye la confianza del ciudadano en la administración de justicia.
La similitud entre estas sólidas estructuras arquitectónicas y el personal que atiende al público en los tribunales españoles no radica en una apariencia de robustez física, sino en la esencia de su función y su impacto. Si las columnas y muros brindan soporte a una edificación histórica, estos profesionales de la justicia apoyan, con su amabilidad y eficiencia, la percepción de un servicio público accesible y empático, fundamental para el buen funcionamiento de nuestro sistema judicial.
La fuerza de la amabilidad en el corazón de la justicia
De la misma forma que esas figuras arquitectónicas que, a pesar de su magnitud y propósito, se yerguen con una nobleza silenciosa, estos profesionales son figuras de autoridad en sus respectivos roles. Sin embargo, su verdadero poder reside en su amabilidad y vocación de servicio. Lejos de la frialdad que a veces se asocia con las instituciones judiciales, el personal de atención al ciudadano se desenvuelve con una cordialidad que desarma y una atención que reconforta, desde la entrada hasta la tramitación de cualquier gestión.
En las dependencias judiciales, son ellos quienes a menudo ofrecen las primeras orientaciones, gestionan la entrada y salida de documentos, o resuelven dudas básicas, garantizando que el visitante se sienta respetado y guiado desde el primer momento. Sea el funcionario que atiende en la ventanilla de información, el auxiliar judicial que llama a las partes en sala, o el personal de recepción en cualquier sede de la justicia, todos contribuyen a una atmósfera donde la atención al público es una prioridad, transformando lo que podría ser un proceso tedioso en una interacción positiva y empática.
Amabilidad inquebrantable ante la reserva profesional
Es crucial destacar que esta generosidad en el trato y esta innata capacidad de servicio no menoscaban en absoluto la reserva y la discreción que sus cargos exigen. Por el contrario, a pesar de la confidencialidad inherente a sus funciones y el deber de mantener el debido sigilo sobre los asuntos que manejan, su profesionalismo se complementa con un don de gentes que los enaltece. Lejos de deslucirse por la necesidad de guardar distancia o discreción, la amabilidad, la cortesía y el buen trato de este personal se manifiestan como una cualidad intrínseca que potencia su labor y caracteriza su excelencia. No es una contradicción, sino una virtud que refuerza su capacidad de servicio.
El profesional que escucha en el tribunal
Más allá de los perfiles específicos que podemos mencionar, en cada tribunal encontramos profesionales cuyo impacto trasciende su identificación formal. Tal es el caso de una letrada, un gestor procesal, o cualquier otra figura cuya función les exija una interacción directa y de calidad con el ciudadano. Su trato marca una diferencia imborrable.
Con una inteligencia palpable y una formación académica y jurídica evidente, estos profesionales se presentan no solo como expertos en su materia, sino como auténticos agentes de escucha. En un acto de empatía profunda, inclinan su oído hacia la necesidad y el ruego del ciudadano. Es importante precisar que esta escucha atenta y compasiva no implica de modo alguno la concesión de lo solicitado, sino que forma parte esencial de su deber de comprensión y formación de un juicio informado sobre las situaciones que se le presentan. Su atención especialísima, un trato lleno de humanidad y comprensión a pesar de las limitaciones de su cargo, son un testimonio poderoso de que la verdadera autoridad se mide también por la capacidad de conectar con el ser humano en su momento de vulnerabilidad.
Un legado de atención humana
Cualquier ciudadano que llega a un tribunal español, a menudo cargado de incertidumbre o preocupación, se encuentra con la sorpresa de ser recibido no solo con respeto, sino con una genuina disposición a orientar y asistir. Desde un saludo amable hasta una indicación precisa, estos pilares de la justicia
encarnan la nobleza de servir, transformando la percepción de un espacio que podría parecer intimidante en uno donde el ciudadano se siente atendido y valorado.
Sus gestos, su paciencia y su trato humano son un testimonio viviente de que la fortaleza de una institución no solo reside en sus leyes y procedimientos, sino también, y quizás de manera fundamental, en la calidad humana de quienes la integran. Son estos «gigantes» de la amabilidad quienes, día a día, demuestran que la justicia también puede ser un rostro afable y un hombro amigo.
En un entorno donde la eficiencia es crucial, la amabilidad y el trato excepcional del personal de los tribunales elevan el estándar, recordándonos que el respeto y la empatía son pilares esenciales para una interacción cívica saludable. Son, en efecto, los pilares humanos que sostienen el espíritu de cordialidad en nuestras sedes judiciales, dejando una huella positiva en cada persona que cruza su umbral.
«El hombre más fuerte es aquel que es capaz de dominar su temperamento. El más sabio es aquel que conoce su debilidad y se esfuerza por superarla, mientras que el más bondadoso es aquel cuya fortaleza se manifiesta en su mansedumbre.» — Khalil Gibran
Dr. Crisanto Gregorio León – Profesor Universitario
¡Excelente articulo! Interesante tematica