Si fuese tan fácil borrar algunos episodios de la vida como se han borrado los mensajes, de días concretos, en el teléfono del Fiscal General del Estado, nos abrazaría la impunidad que asegura la raíz del olvido. De haber leído bien al profeta Isaías nos hubiésemos ahorrado muchas equivocaciones: “Yo, el Señor, te instruyo en lo que es provechoso. Hoy te marco el camino por donde debes ir. ¡Si hubieses atendido a mis mandatos tu dicha habría sido como un río que canta!”… Pero cuando se atiende a los señores de la tierra, hay que borrar de los teléfonos lo que no conviene para que, además, los ofendidos tengan que pedir perdón a los pretendidamente ofensores… No importa que el río se deslice maloliente y serio por los palacios de los que gobiernan.
De todos modos, yo aconsejaría en general que, en vez de borrar lo impúdico y falaz que puede haber en esos mensajes (en la nube estarán, donde colgamos las sombras), fuese enmendado lo mal hecho, rectificando así lo no enseñable por alguna que otra eficacia verdadera, propia del oficio encomendado. Cuando cambiamos el servicio por servidumbres, se le pone a uno cara de pez con el arpón en la boca, dispuesto al sacrificio, callado en el aceite hirviendo.
Pedrouve