O el mar me persigue o yo le busco como el que sufre un apetito incontrolado. Tenerlo enfrente como manantial inagotable de preguntas y serenidades permite que se ablanden las vesanias en los momentos en que es imposible aceptar tanto disparate. Alguna vez todos nos hemos preguntado ¿y si el mar se desbordara?
Del mismo modo que Dios puso límites al mar debiera existir un código-convenio universal en que también se pusiesen impedimentos al descalabro, a la osadía, a la ambición o a la locura. Porque puede llegar el momento en que este anarquismo de apariencia monacal nos parezca el modo más agradable de sentirnos libres. A fuerza de oír cómo se estrangulan las verdades, las mentiras parecerán alabanzas.
Medito con esperanza esta mañana a León Tolstói: “Es mejor un malo honesto que un bueno mentiroso”… y apago el televisor para no confundirme de nuevo en este descaro inigualable.