RAFAEL FRAGUAS
Las decisiones administrativas atraviesan tortuoso caminos hasta que ven la luz verde, como critican agricultores y comerciantes
La neurosis tiene mucho que ver con el desequilibrio que genera el autoengaño. Una tensa duda sale al paso de toda persona sensata: si la derecha extrema ha sido y es la principal enemiga de Europa -nacionalismos frente a integración, tradiciones locales frente a valores compartidos, propiedad exclusiva frente a bienes colectivos- ¿a qué viene este teatro de falso europeísmo ante las elecciones del 9 de junio?
¿Qué quiere hacer con Europa esta gente de derecha extrema caracterizada por su escepticismo ante la Europa social de los pueblos, de las libertades y los derechos? ¿Abolirlos, una vez alcanzado el voto necesario para conseguirlo?
La reflexión es importante pues por toda Europa estamos presenciando intentos premeditados de arrancar de nuestras vidas las libertades y derechos sociales que han sido la base de nuestra convivencia. Derechos y libertades que han convertido a Europa en un islote mundial donde la democracia, con sus enormes ventajas y distintas carencias, ha facilitado no obstante la existencia de millones de seres con niveles de prosperidad y de justicia no igualados en gran parte del mundo.
España, gran reserva de sinceros europeístas, desde José Ortega y Gasset a Miguel de Unamuno, accedió en 1985 a la Comunidad Europea como una verdadera liberación. Tal afán se basaba en el anhelo de libertades y derechos civiles secuestrados a punta de fusil por el régimen dictatorial del general Franco: 40 años de impostura nos impedían acceder a ella, por el carácter liberticida del franquismo, con sus pulsiones totalitarias solo maquilladas y mitigadas por el oportunismo y la sumisión al dictado del tío Sam, regalándole las bases, para hacerse perdonar el dictador su sintonía con Hitler y Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, el franquismo es percibido hoy con nostalgia por estos hipócritas “neuroeuropeístas”, neurotizados por la mentira implícita en sus pretensiones. ¿Qué aportan a Europa los líderes de la derecha extrema? Nada.
¿Se proponen mejorar algo concreto, sustancial? No. Ni lo dicen ni lo saben. Solo parece moverles el deseo, trufado de racismo, de cerrar de sopetón las compuertas del Viejo Continente para impedir, dictatorialmente, que salga y nos llegue la brisa fresca del prestigio material y moral que otorga la vida en democracia y la acogida de quienes quieren vivir con nosotros.
No hay nada más. Las presiones más fuertes para cerrar el portón vienen, curiosamente, de dirigentes de la derecha extrema del Este de Europa, de los países más recientemente integrados en la Unión Europea, ex inmigrantes a la UE, cuyo discurso hoy xenófobo, impregnado de racismo, ha sido importado por tan ciertas como desvergonzadas élites francesas, italianas y, cómo no, inglesas, tan familiarizadas históricamente con el clasismo.
Europa es un espacio de derechos, deberes y libertades y tal es su esencia. Por consiguiente, votar a favor de los euroescépticos camuflados, de los neuroescépticos corruptos y de los hipócritas sinuosos y enfangadores es la manera más retorcida de dinamitar la Unión Europea.
Otra cosa sería si las gentes sensatas denunciamos a los mentirosos antieuropeos y nos sentamos a ver cuáles son los verdaderos talones de Aquiles de la actual Unión Europea, con 27 vectores, Estados nacionales todos ellos: la complejidad de la gestión europea es una evidencia, cuya urdimbre genera una enorme burocracia.
Las decisiones administrativas atraviesan tortuoso caminos hasta que ven la luz verde, como critican agricultores y comerciantes. Resulta un sinsentido que el Parlamento Europeo carezca de iniciativa legislativa propia o que el poder de emitir normas se centralice en la Comisión.
Más duro aún resulta que, en su seno, coexistan paraísos fiscales, como Luxemburgo, Liechtenstein o Andorra. O bien que los grandes lobbies o grupos de presión, esclavos de temibles corporaciones, operen casi a su antojo en determinadas áreas de las finanzas, la industria o la economía.
Esos si son problemas europeos reales; pero, para atajarlos, su solución pasa por elegir con nuestro voto a quienes quieren enmendarlos con propuestas de progreso, justicia y sensatez. La solución jamás pasa por mandarlo todo a paseo, arrojando por el desagüe de la bañera el agua sucia -los problemas descritos- junto con el bello niño bañado, es decir, la misma democracia, el Estado de Derecho y las libertades que, como europeos, nos singularizan.
La mejor Europa, cuyo espíritu aún pervive en su Unión como uno de los grandes constructos civilizacionales de la Historia Universal, se fraguó sobre la fértil mixtura del Saber antiguo, la Ciencia ilustrada y los Derechos Humanos. Otras ideas de Europa, coloniales e imperiales, quisieron ensangrentar y ensangrentaron medio mundo.
Pero, entre vicisitudes y errores sin cuento, ha prevalecido la Europa abierta, social y solidaria durante décadas. Esa Unión nos salvó de la total aniquilación pandémica por el Covid, gracias a la distribución del ahorro acuñado durante décadas por las aportaciones sustanciadas en los Fondos Europeos aquí recibidos.
Sin embargo, esa Europa, de ideales de solidaridad, sociabilidad y de justicia, de benevolencia y diversidad, está en peligro por quienes aparentan ensalzarla para, en realidad, desfigurarla primero y destruirla después. ¿Se proponen quizá, rendir Europa, renunciar a su autonomía económica, tecnológica y geopolítica, para acabar por fragmentarla, a mayor gloria de los dos imperios de siempre, hoy en declinante fase de decrepitud?
En el mundo nuevo que nos sale al paso, el papel que Europa puede desplegar, evitando así su consunción, es el de convertirse en un verdadero poder arbitral a escala mundial, dado su amplio poder económico, y devenir en mediador entre las graves tensiones superpotenciales chino-estadounidenses que ya despuntan en el horizonte inmediato con perfiles bélicos.
La paz es el único antídoto contra la adversidad en ciernes. La guerra ruso-ucraniana puede ser una oportunidad para buscar una paz inducida por y para Europa, en vez de armar hasta los dientes a uno de los beligerantes ante la rampante percepción de amenaza del otro. La detención del genocidio de Nethanyahu en Palestina puede ser otra meta responsable a lograr con el compromiso europeo.
Ojo pues a nuestros votos. Votar a las candidaturas progresistas, socialistas y de izquierda es, a juicio de las gentes sensatas y sinceras, la más contundente garantía de conseguir una Europa mejor, más social y más humana.