A la mayoría de veralucenses, que somos gentes de otra época en la que España era “una unidad de destino en lo universal”, nos molesta que el Presidente de los Estados Unidos esconda su acaudalado tupé rubio con una gorra encarnada. Verlo subir y bajar de los aviones, entrar o salir de las asambleas como si fuera a jugar una partida de rugby, desluce la categoría de lo que representa. Porque en este mundo nuestro somos lo que aparentamos.
Menos mal que para la cena con los Reyes de Holanda, dejó que el viento luchase con la laca que sujeta su escasa cabellera. Tal gesto ha tenido una inmediata respuesta en los monarcas que le han ofrecido su palacio para que durmiera bajo su mismo techo. Nada más que la reforma de la Casa donde viven ha costado 68 millones de euros hasta conseguir que los grifos hablen, los retretes limpien y las músicas salgan de los jarrones macizos de tulipanes. A cambio, Trump le ha prometido a las niñas darles una vuelta por los cielos en su Air Force One.
Hasta Veraluz ha llegado la noticia de que a nuestro Presidente le ofrecieron hospedaje en casa de los guardeses, pero ha preferido un hotel con garantía de que, a la noche, su memoria de esposa le mejore los sueños.
Pedro Villarejo