Capítulo Doce (II). Salamanca y San Andrés
No extraña este rigor en los Colegios Mayores religiosos. También en los Centros laicos tenían prohibido salir a la calle sin el uniforme. Volverán a la hora de completas y cuando usen la biblioteca, les será difícil llevarse los libros atados con cadenas.
Salamanca se defiende así de las muchas celestinas que transitan por sus calles con aires de mendigas, y de tantas picardías en sombras bajo la capa de estudiantes. Pero se defienden en vano: la luna sale cada noche para que los enamorados cojan la justa luz a la vuelta de sus rondas. A la mañana siguiente la Universidad les esperará, como una eterna novia,, con su lengua de piedra descansada.
-En Salamanca está el maestro fray Luis de León, que explica teología en la cátedra de Durando; Mancio de Corpus Christi, digno sucesor de Vitoria y de Melchor Cano, que regenta la cátedra de prima, la más importa de la Universidad; Juan de Guevara, agustino, es maestro de vísperas: sus explicaciones son calificadas de milagro…
-Hombres eminentes también regentan las cátedras de arte o filosofía: el maestro Enrique Hernández, que explica filosofía natural; Francisco Navarro, catedrático de ética; Hernando de Aguilera, astrología; Francisco Sánchez la clase de prima y Juan Ubredo la cátedra de música. (2)
Los profesores explican desde sus tribunas de madera, en latín y de memoria, sin que se les acabe la imaginación, de Avicena a Santo Tomás, de Aristóteles a Averroes, con prodigio de maestros y sin más límites que el de la fe, malherida a veces por la estrechura de los ignorantes.
Les estaba prohibido dar sus clases al dictado para que los universitarios no se distrajeran apuntando, pero ellos practicaban el artificio de la repetición facilitando el tiempo necesario a quienes amaban como a hijos. Después salían al “poste”: apoyados en una columna de los patios escuchaban los requerimientos de los estudiantes u ofrecían aclaración para sus dudas… Y se terminaba casi siempre usando los silogismos como espadas. Sin embargo, desde esta informalidad de los claustros nunca se malograba el gozo común del bien pensar y el bien decir. En la beatitud de su inteligencia, los profesores salmantinos acariciaban la palabra como una forma de poder, como ungüento que sana, dejando que salgan de sus labios, como imprescindibles figuras de baile, para que el saber tenga su danza permanente. Estos hombres de la memoria y del ensueño, pastores de la palabra y de la idea, merecen una oración eterna por su entrega.
El DUENDE
Nota 2: Vida de San Juan de la Cruz. Padre Crisógono de Jesús. BAC 1972