El lugar que Pablo Neruda describió como el “más triste del mundo”

18 de agosto de 2024
4 minutos de lectura
Conjunto escultórico que recuerda el paso de Pablo Neruda por Argentina. | FI

El poeta chileno vivió en la villa cordobesa del Totoral, donde visitó las misteriosas cuevas de Ongamira y escribió su frase célebre

El poeta chileno, Pablo Neruda, llegó a la Villa del Totoral, ubicada a 84 kilómetros de la ciudad Córdoba, cuando era apenas una aldea de unos ochocientos habitantes, recostada sobre el antiguo Camino Real.
Su anfitrión fue el entonces presidente del Partido Comunista Rodolfo Aráoz Alfaro abogado, integrante de una familia devota del general Bartolomé Mitre. Aráoz Alfaro, en su condición de secretario general del Partido Comunista para América Latina ofició de custodio de la comitiva de refugiados españoles que traía Neruda desde Chile.

El argentino le ofrece su casona de Totoral donde los refugiados, muchos de ellos escritores e intelectuales se hospedan y residen varios años, Entre ellos, Rafael Alberti, su esposa María Teresa de León, María Zambrano, David Alfaro Siqueiros, León Felipe, Joan Miró entre otros tantos.
Neruda encontró en Totoral un lugar de descanso y plenitud, y se queda abrazado a una vida parsimoniosa.

Aráoz Alfaro de costumbres elitistas le gustaba celebrar con sus huéspedes algunas costumbres campestres como salir de caza o inaugurar las temporadas de verano.
A raíz del sesgo ideológico que tenían los refugiados de Aráoz Alfaro, a la casona la apodaron Kremlin, y con autorización del dueño de casa, Neruda diseñó un arco con dos columnas altas en el hall de entrada. Una especie de dintel. La construcción recayó en el albañil reconocido de la comarca don Vittorio Zedda, quien trabajaba mientras Neruda lo contemplaba hasta que le escribió La oda al albañil tranquilo.

De su estadía, caminatas y contemplación, Neruda dejó retratados paisajes en sus “Odas”: “Oda a la mariposa”, “Oda a las tormentas de Córdoba”, “Oda al nacimiento de un ciervo”, “Oda al algarrobo muerto” , “Oda a un cine de pueblo”, “Oda a la pantera negra”, “Oda con nostalgias de Chile” y “Oda a un cine de pueblo”. En esta última se inspiró en las noches que paseaban juntos con su esposa Matilde y veía el cine independiente que funcionaba en el patio de la casona del prestigioso intelectual y protagonista de la Reforma Universitaria de 1918, Deodoro Roca.

Su visita a las míticas cuevas de Ongamira

En su “Oda al algarrobo muerto”, se puede hallar la evidencia de su llegada a las cuevas de Ongamira, en donde hay un letrero que cita la célebre frase que dejó Neruda al conocer el lugar: “Este es el lugar más triste del mundo”.

En la Oda mencionada, se puede rastrear el paisaje camino a Ongamira que está ubicada a 68 kilómetros de Villa Totoral, donde iba junto a otros huéspedes y al anfitrión de cacería de pumas y de chanchos salvajes.

                                Oda al algarrobo muerto

Caminábamos desde
Totoral, polvoriento
era nuestro planeta
la pampa circundada
por el celeste cielo:
calor y clara luz en el vacío.
Atravesábamos
Barranca Yaco hacia las soledades de Ongamira
Cuando
tendido sobre la pradera
hallamos un árbol derribado,
un algarrobo muerto.

En el imaginario colectivo, el poeta llegó a las cuevas de Ongamira y se conmocionó con la historia del cerro de los dos nombres.

El cerro de los dos nombres

El Cerro Charalqueta, en Ongamira que está a 1.575 metros sobre el nivel del mar, fue designado así en homenaje al dios de la alegría y lugar donde los comechingones realizaban cultos a la luna y al sol y re bautizado, tiempo posterior a la llegada del español como Cerro Colchiqui en homenaje al dios de la fatalidad, de la tristeza; escucha de los lugareños, el poeta.

A medida que el relato avanza, Neruda puede visualizar la escena que habla de la época de la fundación de Córdoba. Ve a Jerónimo Luis de Cabrera, al capitán Blas de Rosales y a los hombres que integran ese ejército bajando desde Santiago del Estero a cumplir la orden del virrey del Perú, Francisco Álvarez de Toledo de fundar una ciudad en el Valle de Salta que garantizara el acceso a esta región, donde está el centro minero del Potosí y que sirve de protección ante posibles ataques indígenas.

El poeta puede imaginar lo que le cuentan: los españoles quieren explorar más al sur en busca de la ciudad de los tesoros, atraído por la sed de riqueza y poder que esto le significaría y, de paso, encontrar un camino que tuviera salida al Atlántico, para acortar la ruta y no hacerlo desde el Perú.
Entre las palabras que escucha y la historia que imagina, enhebra emociones.

Ve el invierno, el trayecto, la desobediencia de Cabrera, el valle y el hilo de un río que lo atraviesa, dibuja la silueta de Jerónimo Luis de Cabrera, en su calidad de gobernador y capitán general del Tucumán, junto a sus hombres, que exploran y abren caminos a través de territorios inhóspitos, hasta fundar una aldea en ese lugar y que en honor a la esposa andaluza, Luisa, la nombra Córdoba de la Nueva Andalucía.

Luego, el poeta camina en círculos observando el lugar y se apresta para seguir escuchando sobre el ritual fundacional con el que los conquistadores marcan su terreno y posteriormente la orden de Cabrera al capitán Blas de Rosales de seguir explorando ese edén y medir sus confines.

Escucha, el célebre poeta, el galopar del caballo de Blas Rosales cabalgando hacia el horizonte donde brillaban las promesas. Puede entonces con su mente poética imaginar cómo los comechingones sabían de esta prominente llegada y se prepararon para esperarlo.

Neruda dibuja la postal de una emboscada de flecheros, hacheros y lanceros bajo el mando del cacique Onga. Dando muerte al capitán Blas de Rosales.

Reflexiona, al imaginar que los hombres que salieron ilesos regresan a Córdoba y le narran lo sucedido a Jerónimo Luis de Cabrera. Puede ver la orden de regresar, con más hombres, porque por primera vez, un conquistador moría en manos de un indio.

Pablo Neruda escucha atento el final de la historia: Tristán de Tejeda, Miguel de Ardiles y Antonio Berrú, regresan para la revancha, más armados que nunca, con escudos y corazas.

El poeta baja la mirada al suelo terroso de Ongamira y percibe la muerte, la matanza de comechingones y entonces su alma se conmociona: mujeres, ancianos y niños suben a la cima del Charalqueta, y prefieren morir a quedar esclavizados en manos de los invasores y se inmolan desde las alturas.

El poeta no puede hacer con esa tristeza una oda. Solo se estremece y exclama: Este es el lugar más triste del mundo.

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