Camón Aznar, en su “Arte y pensamiento en San Juan de la Cruz” asegura, hablando de la noche, que no desearía el santo hubiese diferencia entre los ciegos y los que cierran los ojos. Yo no sé bien si para exculpar a los que se hacen pasar por invidentes o para entusiasmar a los de nacimiento animándolos a que ellos, también, podrían abrir los ojos algún día.
Desconozco, tras un benévolo análisis, si el Presidente de Gobierno de España está ciego o se lo hace. Avergonzado debería estar que no le reciban en el pódium donde se entregaron las medallas a los ganadores de nuestra ferviente selección. Avergonzado de que no le permitieran bajar a los vestuarios para saltar de alegría, como hizo el Rey, a la altura jocosa de los futbolistas. Avergonzado por la decisión de no regresar en el mismo avión de vuelta con Felipe VI y la infanta. Avergonzado porque algunos de los más destacados campeones ni le miraron a la cara al saludarles en La Moncloa. Avergonzado porque no puede salir a la calle sin que le abucheen.
Yo que él me haría cartujo. Dios será uno de los pocos que puedan cerrar las heridas de tanta desventura.