Los expertos aseguran que las águilas pueden vivir hasta setenta años. Sólo que, después de los treinta, comienzan a sentir la fatiga del vuelo, la debilidad en las garras que no consiguen atrapar como antes las presas y el pico, curvo y fuerte como un hacha que desvertebra en segundos la cacería, ha dejado atrás su filo de cuchillo. Dos soluciones le quedan al águila después de los treinta: O dejarse morir en un nido escondido; o golpear contra las rocas el pico inservible hasta sacarlo de raíz y esperar a que crezca el nuevo para después arrancarse las alas viejas y aguardar el crecimiento de las nuevas, y proceder de la misma manera con las garras inútiles. Al cabo de un tiempo sufriendo a solas, el águila estrena la fuerza de una vida nueva.
Argentina llevaba demasiados años atrofiada en su grandeza por culpa de un peronismo populista que daba cosas a cambio de adhesiones inquebrantables, pero sin provecho, sin crecimiento; de paso, para que los regalados hicieran la vista gorda mientras se robaba a mansalva… Así no se puede volar ni vivir.
Desconozco si el nuevo Presidente conseguirá la remontada. Dios lo quiera. Puede que este dolor de ahora permita a los argentinos la altura que merecen.