Por los anillos del tronco se conocen los años del árbol cortado. Es lo único que puede medirse de ellos, porque sus hojas tienen la libertad de nacer a destiempo, igual que el gemido de sus soledades al llegar la noche y apenas si una estrella los alumbra. Cantan, eso sí, cuando se alegran alrededor los vientos y hasta son capaces de salir con ellos a sentir el crujido de las ramas distintas.
García Lorca escribía que las músicas de los árboles vienen del alma de los pájaros y de los ojos de Dios… Entiendo yo que los hombres somos como ellos. Y los pueblos son también como los árboles, que soportan en el tronco la pasión de las cosas, que mueren de pie y duermen únicamente cuando la noche ordena los silencios.
En su momento alguien sabrá por qué no dieron fruto los cerezos, estos de aquí, que antes habían sido llantos de nieve sobre la ladera. ¡Qué crueldad de descuidos dejaron morir lo bien sembrado y lo mejor crecido!
Quizá tuviese razón Gómez de la Serna cuando se dolía de que las raíces de nuestros árboles hubiesen estado demasiado tiempo cruzadas de brazos.