Regresábamos de Ceuta tras un día de compras imposibles y miedos a la guardia civil de la aduana. Yo había ido sin reloj para traerme un Cauny en la muñeca, de los que sólo atrasaban dos minutos a la semana. Mi amigo había estado ahorrando más de un año porque soñaba con tener un magnetofón, de cinta transparente y quebradiza. Como era abultado, disimuló el artilugio tras una faja prieta que le obligaba a respirar despacio. Sin embargo, por el bolsillo trasero de su pantalón, descuidadamente, aparecía el cable delator:
-¿Tiene algo que declarar?, le preguntaron irónicamente aquellos hombres de verde con el fusil a cuestas.
-No nada, contestó mi amigo, nervioso e inocente.
-¿Y ese cable que asoma?… Le desnudaron, le confiscaron el trofeo de sus ahorros y, además tuvo que pagar una multa de trescientas pesetas. A plazos…
Hace unos meses, por llevar un frasco de colonia y una navajilla de pelar fruta, no me permitieron que siguiera su camino mi equipaje. A la señora Delcy, vicepresidenta de Venezuela, como nada tenía que declarar, supusieron que nos traía papayas o curubas en sus 80 maletas. Y la dejaron elevarse de nuevo con sus Brackets transparentes, comprendida y sonrosada.