Los sabios nos dejan el esplendor de su pensamiento en una sola frase que, de vez en cuando, aprovechamos los más torpes para organizar la vida.
La escasa luz de mis candiles hay días que se resiste a encenderse viendo la grosería de las leyes que nos presenta estos diosecillos gobernantes, que reclaman por horas más tributos para mantenerse. Enturbian las aguas intentando que parezcan profundas y, hasta que de nuevo vuelvan a ser cristalinas, aprovechan la desorientación para sus tropelías. Ya lo advirtió Nietzsche en el quehacer de los escritores que, desfondados, necesitan engañar con vanas elocuencias.
Sin embargo, todo tiene su límite y en el Gobierno de España es ya la turbiedad tan espesa que apenas si quedan estertores de recomposición. Ni Presidente ni ministros ni subsecretarios pueden salir a la calle: el barro de la Dana y el de su ignominiosa coreografía les ahoga en el vómito de la impostura y tienen que entrar a los sitios por puertas laterales o crear lejanos horizontes para que el pueblo no les enrostre con su íntima enemistad, con su dolor preciso.
Así no se puede vivir. Saquen ya del bolsillo los pañuelos.