Al comprar agua embotellada, es común encontrar una fecha de caducidad impresa en la etiqueta, lo que genera dudas sobre si realmente expira o si sigue siendo segura para el consumo. Aunque el agua en sí no se deteriora, el paso del tiempo y las condiciones de almacenamiento pueden afectar su sabor y calidad, e incluso representar un riesgo si el envase se degrada.
De acuerdo con la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), el agua embotellada no tiene una fecha de vencimiento estricta, ya que no es un medio propicio para el crecimiento de bacterias o moho. Sin embargo, el plástico de las botellas sí puede deteriorarse con el tiempo, especialmente si se expone al calor o la luz solar. Este desgaste puede provocar la liberación de sustancias químicas que alteran el sabor del agua y, en algunos casos, afectan su seguridad.
Los expertos en salud recomiendan consumir el agua embotellada dentro de los dos años posteriores a la fecha impresa en la etiqueta para garantizar su mejor calidad. Sin embargo, más allá del tiempo, la clave para conservarla en óptimas condiciones está en su almacenamiento.
Para evitar que pierda calidad, es fundamental:
En el caso de los garrafones de agua, si se almacenan correctamente, pueden durar semanas o incluso meses, pero una vez abiertos deben consumirse en un máximo de 10 a 15 días.
El agua embotellada no caduca como los alimentos, pero con el tiempo puede verse afectada por el material del envase y su exposición al ambiente. Más allá de la fecha impresa, lo importante es revisar cómo y dónde ha sido almacenada, garantizando así su seguridad y buen sabor.
El agua embotellada puede permanecer en buen estado durante años, pero el verdadero riesgo está en el envase. Con el tiempo, los plásticos pueden degradarse y liberar sustancias químicas, especialmente cuando las botellas se exponen a temperaturas elevadas, como en un coche al sol o en un almacén sin ventilación. Esto no solo altera el sabor del agua, sino que podría representar un riesgo para la salud si se consumen cantidades significativas de estos compuestos. Además, los microplásticos presentes en los envases pueden desprenderse lentamente, lo que ha llevado a varios estudios a cuestionar los efectos a largo plazo de su ingesta.
El factor más importante para conservar el agua embotellada en condiciones óptimas no es la fecha de caducidad, sino el lugar donde se almacena. Mantener las botellas lejos de la luz directa y el calor es esencial para evitar la degradación del plástico. Se recomienda guardarlas en un sitio fresco y oscuro, como una despensa o armario, y evitar exponerlas a cambios bruscos de temperatura. Además, una vez abierta, la botella debe consumirse en pocos días, ya que al entrar en contacto con el aire, el agua puede contaminarse con microorganismos presentes en el ambiente. En el caso de los garrafones, la higiene del dispensador también juega un papel crucial en la prevención de contaminaciones.
Si bien la fecha impresa en la etiqueta puede servir como una guía de frescura, no significa que el agua se vuelva automáticamente peligrosa después de esa fecha. Más importante que la etiqueta es verificar el estado del envase y cómo ha sido almacenado. Si una botella ha estado expuesta al sol durante meses o presenta deformaciones, es recomendable desecharla. También es importante prestar atención al sabor y olor del agua: si nota un cambio inusual, es mejor no consumirla. En definitiva, la seguridad del agua embotellada depende más de su almacenamiento y manipulación que de una fecha impresa en la etiqueta.