“Cuando hago una autopsia hablo con el muerto; me tiene que decir qué le ha pasado”

26 de octubre de 2023
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Elisa Cabrerizo, en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Granada. / R. L. P.
Elisa Cabrerizo, en el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Granada. / R. L. P.
A Elisa Cabrerizo la expulsaron de un internado de monjas por ‘rebelde’. Ahora es jefa del Servicio de Patología Forense y ha sido elegida para el comité que investiga los restos del Valle de los Caídos. Asegura que “el crimen perfecto no existe, siempre, siempre se ve algo. A mí hasta ahora no se me ha escapado ninguno”

Cuando era una niña y ayudaba en las tareas de limpieza en su casa de Lanteira, un pequeño pueblo de Granada, Elisa colocaba las sillas del salón en hileras, como si se tratase de los asientos de un avión. Entonces soñaba con ser azafata para viajar por todo el mundo.

Cuando creció y se convirtió en una adolescente, las colocaba como si fuesen camas en las habitaciones de un hospital.

Ya estaba convencida de que sería médica, que se emplearía en la sanidad privada para trabajar seis meses y dedicarse el resto del año a viajar.

Doctora es, pero nada de sanidad privada ni de trabajar solo la mitad del año. Al contrario, este mismo año apenas si se podrá tomar unos días de vacaciones y se conformará con algunas escapadas junto a su compañero Jesús, entre ellas a su pueblo para estar con su madre.

Infancia en el pueblo

Su infancia y la juventud las pasó en el pueblo, un lugar de travesuras que le llevaba a ella y a otros zagales a robar cerezas al campo, a llamar a las puertas y salir corriendo para que no la cogiesen los vecinos o a jugar, primero al clavo o las canicas, y eso que eran entretenimientos más de chicos que de niñas, y después a los médicos, cuando estaba sola en casa.

Todavía no sabe qué le hizo cambiar el sueño de azafata por la medicina porque no había tradición en una familia de agricultores y ganaderos, ni hubo ninguna circunstancia que le impactase para tomar esa decisión, pero sí sabe que hoy no cambiaría por nada del mundo su trabajo como forense.

«Era una niña de pueblo y recuerdo estar jugando en la calle, tener muchas amigas y algún verano que otro con mis abuelos Juan y María en Almería.

La vida de pueblo es maravillosa y disfruto cada vez que me encuentro con los lugares y la gente que son parte de mi vida.

Hoy lo veo con nostalgia. Incluso esos años en los que cada verano ayudaba a mis padres en la vaquería, recogiendo alfalfa, troceando nabos y dando de comer a las vacas.

Mi padre me decía con frecuencia que yo no había nacido para pobre porque se me llenaban las manos de borregas de manejar la horca y otros aperos de labranza. Todavía tengo cicatrices en las manos de aquellas borregas».

“La monja me tenía manía”

De Lanteira salió para estudiar en un internado de monjas, de donde la acabaron expulsando por ‘rebelde’, aunque en realidad su rebeldía consistía en hacer de ‘abogada de las causas perdidas’, y sobre todo convertirse en un dolor de muelas para la madre superiora, con la que nunca congenió.

«Me tenía manía porque solía debatir por todo en las clases de religión o filosofía al criticar, entre otras cosas, que Franco tuviese el título de Excelentísimo Cristianísimo de las Santas Cruzadas”.

Y agrega: “Yo era creyente y no podía entender que fuese eso porque la religión no es una cuestión de Estado, es algo personal o de comunidad espiritual y Franco no era cristiano; para mi la religión es una cuestión de amor y nadie puede querer la muerte de otras personas».

En aquella época y para una monja a la que le gustaba que le dieran la razón y tener a las alumnas con total sumisión, era demasiado una joven que se rebelaba contra las normas injustas y los privilegios, y por eso fumaba, aunque estaba prohibido, porque la superiora se lo permitía a sus favoritas, y a veces se escapaba del internado saltando una valla del colegio para juntarse con las compañeras en la ciudad.

La expulsaron

Lo hizo hasta que el labrador del terreno al que daba el muro la sorprendió, le hizo volver a saltar al interior y se lo dijo a la religiosa, «que claro, con mucho dolor para ella, me invitó dejar el internado; no me soportaba. Seguí como medio pensionista hasta acabar el bachillerato, pero para mis padres fue una situación muy dolorosa».

Elisa acaba de cumplir los 18 años y llega a Granada para estudiar Medicina. La ‘joven de pueblo’ se encuentra de pronto en una gran ciudad y en una etapa ilusionante que le iba a permitir conocer gente y, de alguna manera, lograr la ‘independencia’ que todos buscan a esa edad.

De carácter tímido, fue un cambio radical para ella pasar del ambiente familiar en un pueblo muy pequeño de poco más de mil habitantes a una ciudad.

«Tenía muchas ganas de estar, pero no lo disfrutaba, me sentía extraña en Granada y extraña en la Universidad, donde me encuentro con mucha gente y mucha gente distinta”.

Diferencia de clases

La llamaba la atención que se visualizase tanto la diferencia de clases. En el pueblo no lo había conocido. “Allí todos éramos iguales, pero en la Universidad las diferencias sociales eran enormes y estaban muy marcadas, sobre todo en los alumnos de apellidos ilustres y de familias bien posicionadas”.

Recuerda que los que venían de familias humildes o de clase media y baja teníamos nuestros propios grupos y nos movíamos en ambientes diferentes».

Todo cambió a partir de tercero, se empezó a sentir más cómoda y a disfrutar de Granada y de la Universidad.

Estudiaba Medicina pero no quería curar porque la daba miedo así que, aunque se inclinaba por la psiquiatría, estaba confusa. Un primo la animó a informarse por el mundo de la medicina forense, se preparó unas oposiciones y hasta hoy.

Lo paradójico es que Medicina Legal fue la última asignatura que aprobó en la carrera, y eso después de suspenderla varias veces. «Suspendía porque no la entendía, no estudiaba bien y hoy va yes…».

Su primera autopsia la hizo mucho antes de saber que acabaría siendo forense. Acompañó a su primo a un pueblo donde se había ahorcado una mujer mayor.

En aquellos años las autopsia se hacían en cochambrosos habitáculos que había en los cementerios, en ocasiones sin agua ni luz para el instrumental.

Peleó por dignificar esa situación para dar respuestas a la justicia y a la familia y acabar con esas condiciones en las que era muy difícil trabajar; a veces no había ni mesa para el cadáver. Todo cambió a partir de 2003 y ahora las autopsias se hacen en la capital.

Su primera autopsia

Recuerda bien esa primera autopsia. «Cuando te mueves en el entorno rural descubres que el perfil del suicida no es el de un varón joven, como estudiamos en la carrera, sino personas mayores. Me da mucha pena pero se trata de ancianos que han llegado a esa dramática decisión cuando creen que su vida ha llegado al final, sus hijos están colocados, y no quieren convertirse en una carga para ellos. Cuando estuve en la ciudad de Loja me encontré muchos casos de estos. Eran frecuentes los suicidios de mayores con esa filosofía de no querer estorbar».

Asegura que el suicidio tiene una leyenda negra por los prejuicios sociales o religiosos, y por lo que se puede considerar el ‘efecto rebote’ o ‘efecto llamada’ y asegura que es real.

«Cuando alguien se entera de un suicidio y él lo está pensando acaba creyendo que si el otro lo ha hecho él puede hacerlo. Existe cierto ‘contagio’ y pasa un poco como cuando tiras una piedra al agua y va rebotando: cuando aparece uno llega otro y otro… Y también comprobé en la zona de Loja que cuando se suicida una persona mayor suele ir detrás el de un joven. Siempre intento dignificar los casos de suicidio porque ha sido una decisión personal, tan digna como cualquier otra y nadie debe cuestionarla».

El día a día

Como cada mañana la doctora Elisa llega temprano a su lugar de trabajo en la actualidad, el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses de Granada, en donde es la responsable del servicio de Patología Forense.

Es una moderna sala equipada con todo lo necesario para realizar autopsias, le trasladan cada día una media de dos a tres cuerpos sin vida, el 60% de ellos por presunta causas naturales, y un 40% por muertes violentas, como suicidios, accidentes de tráfico o crímenes.

Lo prepara todo, alguien pone música, que varía según los gustos de los profesionales de cada turno, y comienza un protocolo estricto que tiene como objetivo descubrir por qué alguien, por ejemplo un joven sin patologías previas, ha fallecido, o aclarar los detalles de un homicidio.

“Los muertos hablan”

«Los muertos también hablan. El muerto tiene que decirnos lo que ha sucedido y todos tienen en su cuerpo, fuera o dentro, las huellas y el rastro que nos permitirá averiguarlo”.

Elisa desvela que los forenses hablan mucho con los muertos y que ella lo hace. “Si veo que sus pulmones están destrozados le murmuro ‘hay que ver lo que has tenido que fumar’, y si está gordito le digo que no se ha cuidado ‘porque la obesidad no es sana’».

Cuando practica una autopsia procura no pensar si es joven, si deja mujer e hijos o padres. Intenta dejar fuera sentimientos porque de otra forma haría muy difícil su labor y centrarse en lo que importa: descubrir qué lo ha matado.

«Pienso en que estamos los dos solos en una sala y él me tiene que hablar y yo saber qué me dice porque tengo que darle respuestas al juez, a la familia y a la propia víctima por su dignidad».

¿Crimen perfecto? No existe

Hay muertes por causas que no se acaban de esclarecer, pero son casos muy raros. «A mí hasta ahora no se me ha escapado ningún caso. El crimen perfecto no existe, siempre, siempre se ve algo. Recuerdo el caso de un hombre que encontraron muerto en el sofá de su casa. Todo indicaba que había sido un infarto, pero descubrí que fue envenenado».

Uno de los casos más extraños en los que ha trabajado fue en la autopsia de una chica joven. Ella se quejaba de cefaleas cuando llegaba la época de exámenes o sufría algún momento de tensión.

La sintomatología era la propia de una dolencia sin importancia hasta que al abrirla se comprobó que un tumor le invadía una cuarta parte del cerebro. «Se trata de casos inexplicables porque los síntomas no se correspondían con lo que había dentro y nuestro trabajo consiste en dar a la familia una explicación de lo que pasaba».

Desde la pandemia lo primero que hace el forense ahora es un test de antígenos por la covid. A partir de ahí tiene lugar un análisis externo e interno del cadáver, en el que comprueba y se fotografía hasta el más mínimo detalle, como si la ropa está bien colocada, si hay desgarros o restos, señales traumáticas y se toman diferentes muestras para buscar tóxicos, drogas, medicación, que fue lo último que comió…

Todos los detalles

En las muertes naturales se buscan problemas por cardiopatías o derrames, y en las violentas se analizan las heridas y se investigan las trayectorias de un disparo o una herida de arma blanca con disecciones plano a plano de los tejidos dañados.

En accidentes de tráfico se comprueba, por ejemplo, si las heridas son compatibles o no con llevar el cinturón.

En una autopsia normal se emplean unas dos horas, pero hay casos en los que Elisa ha necesitado hasta ocho, como un caso muy extraño por la muerte de un hombre por una enfermedad y averiguó que se la habían transmitido los pájaros.

Ha procurado siempre que no se le noten las emociones, incluso llegó a pensar que era poco profesional, pero con la edad admite que se ha ablandado y que ahora hay casos en los que se le escapan las lágrimas, sobre todo cuando se trata de menores y tiene que hablar con los padres.

Comunicación con Dios

También con la edad ha vuelto a la religión y dice que es creyente, sentimientos de fe que no considera contradictorios con su ideología de izquierdas, es más, sostiene que es la religión la que le ha llevado a su compromiso político.

No suele ir a misa pero a veces acude a la parroquia en la zona norte de la capital granadina, la más deprimida, o a Lanteira. Y sí, aunque sea forense cree en la resurrección, sea de la forma que sea.

«He luchado por no ser creyente, pero al final me siento mejor siéndolo. Esa comunicación con Dios existe, me siento acompañada por él y mis vivencias las comparto con otros cristianos de base. Puede ser una tontería mía pero me sienta bien hacerlo».

Convencida de que las personas tienen poder para cambiar el presente, una cita del padre Ferrer al que conoció y con el que colaboró, le gustaría que la política sirviera de verdad para dar respuesta a los problemas de la gente.

«Hay mucha política y político de postureo y hay mucha foto de lucecitas de feria, pero ¿dónde está la política de los cuidados, del servicio a los demás?».

Dignificar a las de víctimas del Valle de los Caídos

La forense está ilusionada y feliz de poder participar en el comité de expertos que trabaja en la exhumaciones del Valle de los Caídos. Está todo por ver y supone que la agenda de trabajo se irá perfilándo.

Elisa aclara que no se trata de un expediente administrativo de memoria histórica, sino la respuesta a una decisión judicial tras la demanda de algunas familias. «Es un proyecto que dignifica a las víctimas, una asignatura pendiente de la medicina forense y los derechos humanos, por eso también hay que dignificar las muertes de inmigrantes en el mar».

Será un trabajo laborioso que dependerá de los registros, fotografías y documentación que exista antemorten y de que los cuerpos estén en cajas.

«Todavía hay demasiadas fosas comunes a las que no ha llegado la justicia. Somos el país con más fosas comunes y acabar con ellas es la asignatura pendiente de la democracia española para que todas las personas asesinadas puedan ser entregadas a sus familias. Hay que empezar por lo fácil y es posible hacerlo».

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