Mutaciones del lenguaje en Panamá

4 de octubre de 2023
9 minutos de lectura
Publio Ricardo Cortés
Publio Ricardo Cortés, abogado Independiente, ex viceministro de Finanzas y ex jefe de la Administración Tributaria de Panamá

Es común escuchar varias veces canciones que nos gustan. Hay personas que repiten las películas que adoran. En ocasiones lo he hecho, pero no tanto. Tengo un amigo que ha visto tantas veces toda la saga «EL PADRINO» que puede repetir los diálogos. Hay un libro cuyo prólogo siempre me ha entusiasmado de forma parecida. Lo puedo leer muchas veces y me impacta igual.

Insisto que es solamente el prólogo de 9 páginas. El contenido del libro es valioso, anecdótico y vale para la documentación de una Historia de los usos del lenguaje en España, pero lo leí completo hace como 25 años y, a fuer de ser sincero, no estoy seguro que recuerde muchos detalles. Sin embargo, el prólogo sí. Ese sí lo repaso de vez en cuando.

Me refiero al texto preliminar escrito por el fallecido director de la Real Academia Española (RAE), Fernando Lázaro Carreter, para su libro «El dardo en la palabra» (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores,1997), que es un compendio de columnas periodísticas del autor, difundidas desde 1975 a 1996, en las cuales observa y reseña el uso de la lengua castellana en la vida real.

En ese prólogo se leen afirmaciones como esta:
«Una lengua natural es el archivo adonde han ido a parar las experiencias, saberes y creencias de una comunidad».

Y luego agrega:
«Pero este archivo no parece inerte, sino que está en permanente actividad, parte de la cual es revisionista: los hablantes mudan el valor o la vigencia de las palabras y de las expresiones».

No deja de mencionar Lázaro Carreter la eterna tensión entre, por un lado, el polo excesivamente purista, que busca encerrar a la lengua castellana en un corral del cual no debe salir, lo cual es sociológicamente imposible, y, por el otro, el polo totalmente libertino que reniega de cualquier tipo de control. Se ubicaba el erudito más bien dentro de una posición que elude la disgregación, «evitando al idioma cambios arbitrarios… con el fin de que pueda seguir sirviendo para el entendimiento del mayor número posible de personas, durante el mayor tiempo posible».

En Panamá nos comunicamos en nuestra propia versión del idioma castellano. Como en todos lados, tenemos nuestras particularidades. Es lógico. No es mejor ni peor, simplemente es lo nuestro. Aquí pasan fenómenos parecidos a los que mencionaba Lázaro Carreter. Aquí también el uso de las palabras muta, evoluciona y se adapta, fluye y cambia. Una misma palabra que en Panamá se usa hoy, puede tener una connotación diferente a la que antes tenía. Es espontáneo y ocurre sin que seamos conscientes de ello. Veamos cinco casos concretos.

«ARRECHO». La primera vez que escuché el término, tenía como 7 u 8 años y había fiesta en la pequeña aldea de donde es originaria parte de mi familia, en la provincia de Los Santos, en Panamá. Era una tarde soleada tropical y el centro de la diversión era la «hierra» en la plaza del pueblo, que era un juego donde los hombres de toda edad mostraban su valentía y destreza, correteando y tumbando por el cuello a vacas que soltaban corriendo en la plaza. Mucho aguardiente, música de tamborito y fuegos artificiales.

Mi abuelo poco tomaba licor, pero ese día estaba alegre y había bebido algo. Por precaución, alguien de la enorme familia decidió esconderle el caballo. Era mejor que no montara en esas condiciones. Me lo encontré muy molesto porque no encontraba su montura. Decía que estaba «arrecho» por lo que le habían hecho.

Esa acepción de la palabra era muy común en los campos de Panamá, décadas atrás, y también aquella que entiende que una persona «arrecha» es una persona valiente y atrevida. De hecho, ambas acepciones están reconocidas para Venezuela, Colombia y Panamá, en el Diccionario de la RAE.
Me atrevería a decir que ese uso en Panamá ya está casi desapareciendo. Especialmente en el medio urbano, donde una mujer «arrecha» o un hombre «arrecho», unánimemente son personas «excitadas sexualmente», como dice el Diccionario de la RAE. De hecho, tales calificativos son palabras subidas de tono. Como se ve, se trata de un sinónimo exacto del significado de «cachonda» o «cachondo», término más usado en España y también aceptado por la RAE.

Pese a ello, es importante entender que el dominio de un uso idiomático no elimina del todo el antiguo y lo ideal sería entender todas las acepciones. Ello es especialmente cierto cuando se interactúa con hablantes de países o regiones distintas. Hay que evitar la sorpresa que tuvo un amigo panameño, durante la universidad en el extranjero, cuando una compañera venezolana, recién llegada de su país, rubia y con un cuerpo espectacular, al borde de la ira por un tema académico, lo miró y le dijo con voz firme que estaba «arrecha».

«DALE». Esta palabra no aparece de forma directa en la versión en línea del Diccionario de la RAE. En las décadas finales del pasado siglo en Panamá era usada como muestra de aceptación. Por ejemplo, si se propone a alguien una reunión a una hora específica, y si la respuesta era «dale», significaba que se aceptaba el compromiso. Igualmente se usaba para incentivar a alguien para que hiciera algo, por ejemplo: «Dale… vamos al cine». O también para impulsar a alguien a que continúe haciendo algo, por ejemplo, cuando se dice: «Dale por esa ruta que vas bien».

No necesariamente están desaparecidas estas acepciones. Si embargo, desde al menos una década hacia el presente, por hacer una estimación, la palabra «dale» ha tomado un rumbo totalmente diferente y ajeno en Panamá. Hasta me atrevería a decir que esa nueva acepción está dominando hoy. Ahora se usa como una forma, supuestamente educada y disimulada, de dar por finalizada una conversación, especialmente por teléfono o medio digital equivalente.

Cuando una persona ya quiere concluir la llamada, le dice a la otra: «Dale, pues». El receptor de ese mensaje debe entender que hay que darle fin a la comunicación porque el interlocutor se está despidiendo. Como se observa, no tiene absolutamente ninguna relación ni parecido con las acepciones más tradicionales.

«LITERAL». Esta palabra está de moda, sobre todo entre la juventud. El que no la usa está totalmente fuera de la onda actual. Representa un signo de «clase» y «sofisticación» muy «millenial».

Tristemente, en la mayoría de los casos en que se usa, no representa un avance sino más bien se trata de un desconocimiento de su propio idioma. Muy probablemente es un anglicismo. Me explico.

En castellano la palabra «literal» existe como adjetivo, pero su uso para calificar sustantivos es más limitado que en el inglés. Si nos fijamos en el Diccionario de la RAE en línea, su uso está dirigido a palabras y textos, los cuales son conformes «al sentido exacto y propio, y no lato o figurado, de las palabras empleadas en él». Estamos hablando de reproducciones o transcripciones y hasta traducciones exactas de lo que se ha dicho y escrito. Palabra por palabra, letra por letra.

En inglés la cosa cambia un poco. Según el Diccionario Merriam-Webster, la anterior acepción mencionada para el castellano también vale para el inglés. Sin embargo, en inglés, el adjetivo «literal», que se escribe igual, aunque se pronuncia diferente, tiene también otro significado más genérico y amplio que no se limita a las palabras o textos.

En efecto, para el inglés la palabra «literal» también significa «libre de exageración o adorno», o también quiere decir «algo caracterizado porque está principalmente vinculado con los hechos». Ninguna de estas dos acepciones es válida para el idioma castellano. Existen otras palabras para ello. Veamos ejemplos.

Es común que en Panamá una persona joven cuente una historia que presenció, que parece inverosímil porque es algo realmente extraño, poco común y sorprendente, y para enfatizar la veracidad de lo que dice, para destacar que lo que cuenta no es un invento, lo califique de «literal». Eso es incorrecto en castellano.

En un mundo ideal debiera decir que el evento vivido ocurrió «tal cual» lo cuenta o de forma «exacta» o «precisa» como lo está describiendo.

Ahora, si cambiamos un poco la situación el asunto es diferente. Si resulta que la persona que cuenta no presenció el evento difícil de creer, sino que está solamente repitiendo algo que le contaron, entonces sí puede decir que lo que cuenta es «literal». En ese caso, lo que la expresión significa es que está repitiendo lo que le contaron, palabra por palabra.

«NORMAL». Otro término muy juvenil en Panamá. Según el Diccionario de la RAE, «normal» es un adjetivo que se dice de una cosa que se halla en su estado natural o que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

En Panamá se está utilizando para responder ambiguamente. Cuando a un adolescente o persona joven se le pregunta cómo le fue en una fiesta, cuál es la impresión que tiene de una persona, de un profesor o de un tema, surge la respuesta: «normal». Y si se dice en tono displicente, mejor todavía. Así es más puro el «concepto».

Al final se ha convertido en una cortina de humo retórica para la conversación poco comunicativa. Es un instrumento para no decir nada o decir muy poco. La herramienta es útil cuando no se quieren dar pistas, porque si calificas a una persona como «normal», realmente no estás diciendo nada, porque lo que es normal para una persona puede no serlo para otras, en vista de que la escala de normas o valores fijados de antemano es diferente, especialmente cuando cambian las generaciones. En ese escenario, responder «normal» es tanto como no meterse en líos.

Así como es usada para no compartir una opinión, por desinterés o precaución, la palabra «normal», como respuesta a una pregunta, también sirve para ocultar un desconocimiento absoluto o la falta total de opinión sobre un tema. En suma, el interlocutor que recibe esa respuesta en Panamá, debe entender que realmente no le han dado ninguna respuesta porque no se quiere o porque no se sabe.

«AGUA DE LA PLUMA» El Diccionario de la RAE reconoce que, en Panamá y Colombia, «pluma» es sinónimo de «grifo», es decir, «llave para regular el paso de los líquidos».

En mi infancia provinciana en Panamá, ese era un uso común y corriente, se llamaba «pluma» a la llave del agua. En Panamá tenemos un sistema de acueductos que permite decir que el estándar dominante ha sido que el agua del grifo o de la pluma es totalmente potable.

Obviamente, especialmente por nuestro clima tropical, también es cierto que tal agua potable, tomada directamente del grifo o pluma, está a la temperatura del ambiente. Por lo tanto, no es agua fría. Y en Panamá, dicho sea de paso, siempre preferimos tomar agua fría y si no está fría, se le pone hielo para que logre estarlo. Bajo ese contexto, decir en Panamá «agua de la pluma», significa que tomaremos agua potable servida directamente del grifo y que obviamente no está fría.

Décadas atrás eso era así y no había discusión sobre el tema. El que no entendía, simplemente no era panameño.
Ahora la cosa está cambiando. Desde un par de décadas para acá, con el crecimiento de la actividad turística, entraron al servicio de los restaurantes y hoteles de Panamá, muchas personas de otros países, en calidad de camareros y, en general, como personal de hostelería. Esa mano de obra extranjera, principalmente de Colombia y Venezuela, además de aportar su mayor experiencia, fue incorporando sus usos lingüísticos.

La influencia ha sido tal, que, hasta el personal panameño, sobre todo del área urbana, el cual tiene una identidad cultural menos arraigada, ha empezado a hablar como ellos. Al día de hoy, es bastante común que, si en un restaurante uno pide «agua de la pluma», el personal de servicio no entiende, incluso si son panameños.

Ahora la expresión dominante es «agua al tiempo», como se dice en Colombia y otros países latinoamericanos.

Hay muchos más casos. Ya va siendo tiempo que la Academia Panameña de la Lengua aborde el asunto. Y en caso de que esté trabajando el tema, sería bueno que divulgue lo que hace. Esto es importante. Porque es necesario monitorear la evolución de nuestro idioma, no para pretender inútilmente amarrar el caballo brioso de la evolución de los usos y costumbres, sino para que ese impulso natural no nos aleje tanto del tronco común del castellano, porque poder navegar allí, en el océano de la cuarta lengua con más hablantes en el planeta, es mucho más útil que quedar aislados con un «dialecto istmeño».

En su clásico cuento de 1887, «El fantasma de Canterville», Oscar Wilde hizo su icónica afirmación de que los ingleses tienen todo en común con los americanos de Estados Unidos, excepto la lengua. Es importante que a Panamá no le pase eso en relación con los demás hablantes y escribientes de castellano en el mundo. Es verdad que el inglés es importante, pero la idea es que la población sea bilingüe y no que pierda el correcto uso de su lengua materna principal, con todo el peso cultural que ello conlleva.

PUBLIO RICARDO CORTÉS C.

El autor es Abogado Independiente en Panamá. Fue Viceministro de Finanzas y Jefe de la Administración Tributaria de su país.

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