Adoptar a un perro viejo

3 de julio de 2025
1 minuto de lectura
Perro marrón. | Fuente: Canva

Llevarse hasta al corazón un ser indefenso y casi final, es enriquecerse

DR. RAÚL DE LA TORRE

Pensando que algo le había pasado, porque hacía tiempo que no lo veía, pregunté por el viejo perro marrón con manchas que descansaba en esa esquina de la Peatonal. La gente que generalmente está en el lugar me dijo que se lo había llevado un anciano que solía sentarse en el banco que está atrás del kiosco.

Me emocionó la noticia. No es común que alguien adopte a un animal viejo. Poca calle le quedaba al callejero. Con su nuevo “padre” iría ahora a compartir arrugas, magullones y, sobre todo, pergaminos de vida.

Me enteré de que el anciano vivía solo, luego de la muerte de su esposa y que sus hijos estaban todos casados. No tuve dudas que el hombre cuidaría al animal como a otra descendencia. Por algo más que piedad, lo llevaba a su deshabitado hogar, donde seguramente sus ventanas de ausencia añoraban pasos y sombras, y ahora posiblemente tendría la oportunidad de reacomodar susurros y memorias.

Tiempo después pregunté por la nueva familia y me contaron que el anciano había fallecido recientemente; que el animal volvió a la Peatonal con esa tristeza que uno les ve salir del cuero a los animales que tienen suerte esquiva, y que lo había cobijado una estudiante que se lo cargó a su nido cuando conoció su bella historia.

Quizá la niña se llevaba a su hogar un abuelo o un padre que ya no tenía, en la figura de ese habitante silencioso de la calle hostil, que -ella sabía- necesitaba recomponer sus últimos resuellos en un sitio digno.

Llevarse hasta la pajarera del corazón un ser indefenso y casi final, es enriquecerse; instalar en un lugar seguro la inseguridad y el arbitrio de la calle, disfrutar del amor entregado y recibido.

Nunca más pregunté por el viejo perro y su nueva historia, temiendo la respuesta dolorosa, sabiendo que los perros viven pocos años y éste casi los había gastado.

De todos modos, esta anécdota lo revive henchido de felicidad en los corredores de mi pecho; es así que lo veo desparramado de postreros años en el patio de una casa cordial, lejos de la soledad, disfrutando del lenguaje musical de los niños, de atardeceres con caricias y ventanas donde entra el sol a modo de piropo; soñando con paraísos donde se reencuentra con sus peregrinos de la calle y les cuenta a su modo cómo es esto de la amistad, el amor y la compañía.

*Por su interés reproducimos este artículo de opinión de Dr. Raúl de la Torre publicado en Diario de Cuyo.

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