Pablo Neruda. Con su Matilde en llamas (I)

29 de diciembre de 2024
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Pablo Neruda y Matilde Urrutia

El nervio y las pasiones, el Continente y la Historia, el desorden de su pensamiento oblicuo, la infancia desaprovechada y su confundida esperanza, me separan de la ideología nerudiana. Sin embargo, le admiro profundamente en la majestad de su verso, en el río incesante de su voz clara como agua que naciera fresca y limpia de rocas habitadas.

Pablo Neruda, el araucano más significativo, la palabra más llevadera, más musical de Chile tiene, además, la misión de contagiarnos en una lucha poderosa, a golpes de hermosura, para la transformación del ser humano. A unos y a otros los puede luego la circunstancia quedándose en la mitad del camino, impotentes para seguir adelante con lo soñado.

Neftalí Reyes Basoalto, que así se llamaba don Pablo –nombre que suena a árabe judesco, según Gómez de la Serna–, era hijo de un maquinista de tren, desde cuyo aposento el poeta vio por primera vez la geografía: “A veces, como una moneda / se encendía un pedazo de sol entre mis manos”… Todos, por no sé qué nostalgias, hemos echado de menos en nuestra vida un tren. Cuando pequeños, eso era lo que con más ahínco pedíamos a los Reyes Magos que, casi siempre, nos traían “cosas prácticas” pero nunca ese invento de la vía redonda sobre el suelo. A nuestro modo de niños ya habíamos intuido que la vida es también una noria interminable que da vueltas sobre sí misma, escasa de sorpresas.

Pero la verdadera geografía de Pablo Neruda es el mar que ciñe la costa con su eterno cinturón de agua. Miedo tiene él de que ese cinturón pueda apretarle, alguna vez, el alma. Sus versos comienzan blandos y terminan golpeando los acantilados, destrozando los valparaísos… La infancia del hombre también es un verso lento, recién salido de las inocencias, para cambiarse rápidamente en tempestad de la que no podemos defendernos: a tiempo no previmos la barca necesaria o nos faltó un capitán que hubiera sabido del agua sus caminos.

Estoy mirando, oyendo
con la mitad del alma en el mar
y la mitad del alma en la tierra.
Y con las dos mitades del alma miro al mundo.

Para Neruda, tanto era el mar su geografía, que a su única hija, que murió de pequeña, le puso el sonoro nombre de Malva Marina.

El Duende

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