Preguntas comprometidas

26 de noviembre de 2024
5 minutos de lectura
Diversos jóvenes joven en una protesta convocada pel Sindicat d'Estudiants / Europa Press
Varios estudiantes se manifiestan contra la nueva selectividad / Fuente: Europa Press

Habría que preguntarse por qué los jóvenes asalariados, casi todos los que tienen trabajo, han rechazado organizarse para defenderse

Rafael Fraguas

¿Es tan intenso el individualismo como para ignorar que existen intereses comunes entre todos ellos y situaciones generalizadas caracterizadas por un sinfín de carencias? Salvo unos muy pocos, ¿hay algún joven que carezca de problemas a la hora de abonar el alquiler de su vivienda, afrontar el alza de precios de la cesta de la compra? ¿Dónde no existe conciencia de la baja calidad de la enseñanza pública y de la carestía de la enseñanza privada? ¿Por qué los maestros ocupan el escalón social y retributivo más bajo? ¿Hay algún joven que confíe en la justicia y disponga de 500 euros de más para pagar a un procurador e iniciar un litigio por sus derechos conculcados, por ejemplo, en la empresa donde trabaja?¿Quién mete mano a los seguros, a los fabricantes de automóviles, a los planes de pensiones, a los bancos que campan por sus fueros y trasiegan miles de millones anuales sin apenas tributar? ¿Devolverán algún día los bancos las cifras millonarias de los rescates con dinero público que les fueron asignados? ¿Por qué razón o sinrazón la tramitación de percepciones como el ingreso mínimo vital, o el seguro de paro, tardan meses en poder percibirse? ¿Qué pasa con los funcionarios de determinadas administraciones municipales, regionales y estatales? ¿Sique siendo sagrado que se ausenten más de una hora para desayunar mientras las colas de ciudadanos desatendidos se prolongan incesantemente? ¿Cómo es concebible que los recursos administrativos contra determinados Ministerios sean tramitados por los mismos Ministerios concernidos en las denuncias contra ellos mismos? ¿Dónde están los inspectores de Trabajo, cuántos son, qué hacen? ¿Es cierto que los Inspectores de Hacienda cobran a la pieza, en función de a cuántas gentes empapelan, independientemente de sus ingresos? ¿Puede un autónomo pagar 300 euros cada mes aunque no haya ingresado nada en ese plazo? ¿Por qué hemos de pagar para poder visitar una catedral que fue edificada con el esfuerzo y el sudor de miles de nuestros ancestros?¿Por qué los Ayuntamientos elevan los precios del estacionamiento público hasta niveles inauditos haciendo inviable la circulación por las ciudades, pero negándose a prohibirla?¿Por qué, alegando falta de recursos, tantos municipios venden suelo público, incluso en zonas inundables, para hacer caja a costa de riesgos devastadores como los que acabamos de sufrir o contemplar con centenares de muertos y miles de víctimas?¿Cuántos campesinos son explotados por grandes compañías que degradan sus compras de productos agrícolas que luego venden a precios desorbitados?

Privatización desde el Estado

Son muchas, se diría que miles, las preguntas que cabe hacerse y cada respuesta requeriría indagar en las causas concretas que determinan los problemas generados. Pero son reales. No es de recibo que una economía que dicen que va tan bien, ¿a quién le va bien, salvo bancos, corporaciones y monopolios?, presente tanta precariedad en cuanto a la calidad de la gestión de la vida cotidiana de tantos ciudadanos. Vivimos en sociedades donde la degradación de la esfera de la vida pública se hace visible en algunos episodios comunes: desde los protagonizados por los que se dedican de madrugada a vocear su borrachera hasta desgañitarse, hasta quien sacude los manteles por la ventana hacia la calle o las tabernas que arrebatan el suelo común de las aceras para instalar sus terrazas.

En el ámbito de lo general, los Estados han culminado un proceso de privatización o dación, subcontrata y entrega de servicios públicos, exenciones fiscales, desnacionalizaciones de sectores estratégicos y otros regalos a empresas que han engordado tanto hasta convertirse en corporaciones fuera de todo control. Ahora, además, dictan y se lucran de las grandes líneas políticas sobre la vivienda, las finanzas, el consumo, las comunicaciones, la informática, la inteligencia sintética, la seguridad y la defensa y tantos otros ítems de nuestras vidas. Ellas son, en verdad, las dueñas del sistema en su conjunto.

Algunos Gobiernos europeos, como el de coalición en España, bracean para intentar poner el cascabel al gatazo de las multinacionales, para no ahogarse ante tanta presión del capital, pero parecen desconocer que tienen enemigos dentro, en los Ministerios, donde el funcionariado mas inconsciente, sabotea la legitimidad democrática y casi ha convertido la Función Pública en una caja hueca. Empero, muchos son llamados anualmente a opositar a las Administraciones, porque la rapiña del capital financiero y de las corporaciones las convierte en incapaces de generar empleo, por lo cual aprietan las tuercas de sus exiguas plantillas hasta que la depresión expulsa a la calle a sus empleados sometidos a un sadismo laboral hoy sin precedentes.

Nadie se ampara en sus derechos, ni se atiene a ventajas constitucionales que los protegen, muy pocos recurren a los sindicatos que, en España y a diferencia de los países nórdicos, asumen la defensa colectiva de todos los trabajadores y no solo de los sindicados como allí hacen. Pese a todo, los sindicatos soportan un aluvión de críticas, sobre todo de los asalariados más insolidarios.

La organización como única vía

En las plantillas de las grandes corporaciones, pocos se atreven al dar el paso y sindicarse, y no lo hacen no por alienación ideológica para identificarse al modo masoquista con quienes más les explotan, sino por miedo a que la esgrima de un mero derecho básico, como el de asociación, no digamos ya el derecho a la libertad de expresión o a la información, les lleve al despido. Es necesario decir ¡Alto! a tantas tropelías. Los Gobiernos democráticos, apenas tienen fuerza para oponerse a estos atropellos si no hay denunciantes que asuman la responsabilidad de denunciarlos; hoy más que nunca se necesita hacer renacer el espíritu ciudadano, democrático y mayoritario, es preciso satisfacer la sed de libertades hoy conculcadas, para poder dar sentido a tantas vidas truncadas de jóvenes paralizados por el miedo, la enajenación o la mera abulia elementos cocausantes de su precariedad.

No hay salvación individual en este mundo desconcertado por la rapiña de las corporaciones, las plataformas, las grandes distribuidoras de artículos de consumo, las fábricas de datos… Organizarse es, para los jóvenes asalariados, la posibilidad de garantizar las condiciones de existencia de la sociedad toda y las de sí mismos. Con sindicatos o con otras entidades asociativas que los jóvenes prefieran, pero de defensa de intereses colectivos, la certeza resultante es una: la organización es la vida; son los movimientos sociales, de base, los que, cuando convergen, fuerzan los cambios económicos y políticos más duraderos, más beneficiosos para todos.

Nadie trajo aquí desde arriba la democracia, no nos dejemos confundir. De no haber existido una fortísima presión social, obrera, estudiantil, femenina y vecinal, seguiríamos con cualquier otro espadón al mando del país entero. Nadie puede abandonar la lucha y la defensa de la democracia entonces conquistada a menos que trate de propiciar su propia consunción y suicidio.

Y una alerta para navegantes: o las democracias funcionan, satisfaciendo los intereses mayoritarios de la ciudadanía en la vida cotidiana y en la administración municipal, regional y estatal, parando los pies a los privatizadores de la vida pública, o los autoritarios acabarán imponiendo los intereses de las minorías privilegiadas, racistas y supremacistas, yugulando a las minorías precarizadas y perseguidas.

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