“Los gilipollas no tienen depredadores”

30 de julio de 2024
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"Los gilipollas no tienen depredadores". | Flickr
ALFONSO PAZOS FERNÁNDEZ

“La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles.” –Fiódor Dostoyevski—

Esta frase no es mía. “Los gilipollas no tienen depredadores”. La leí en un tik tok, creo. Y pido perdón al autor por la apropiación, pero no he vuelto a verlo. Lo habrán censurado.

Según el “espabilaburros” gilipollas es una persona estúpida o tonta. Según otro tik tok, la palabra gilipollas proviene del siglo XVI o XVII y dicen que se formó cuando un funcionario de hacienda llamado D. Gil llevaba a sus hijas a los actos sociales para casarlas, pero no eran ni agraciadas ni simpáticas por lo que le costó muchos años de actos sociales. Así llegó el día que cuando los veían entrar decían: ahí viene D. Gil y sus “pollitas” que era como se nombraba a las hijas casaderas por aquel entonces. Y de esa forma se quedó con: ahí viene el gil-i-pollas.

En la vida salvaje los gilipollas sí tienen depredadores. En cuanto algún bicho se despista, por muy grande o fiero que sea, llega alguno más espabilado y lo mata y se lo come. Ninguno está a salvo, ni el hipopótamo, que es el animal más cabrón que hay, ni los elefantes, ni tan siquiera los leones. La gilipollez se paga cara.

Yo vivo en un pequeño adosado en Andoain con un pequeño jardín. Allí vienen a pasar el rato unos cuantos gatos asilvestrados, no se dejan tocar y no se acercan a los humanos. Eso lo entiendo bien. Los observo y veo como educan a sus hijos. Al principio les consienten casi todo, se ocupan de ellos y los vigilan. Conforme se hacen más grandes, les van poniendo en su sitio, a base de collejas, gruñidos y algún que otro revolcón.

El problema de la vida salvaje es cuando llegan los gilipollas de los ecologistas a tocar los cojones. La casi desaparición de los depredadores naturales y la prohibición de la caza hicieron que, por ejemplo, en Sierra Nevada proliferaran tanto las cabras que tuvieron que ser sacrificadas por las enfermedades que habían contraído como la sarna. Superpoblaciones de conejos con mixomatosis y una verdadera debacle en la cadena alimenticia.

Los gilipollas han tenido siempre depredadores. Antiguamente a los gilipollas se les mataba sin más. Existió un mata-gilipollas que es mi ídolo. Blad “El empalador”. Que venían unos cuantos gilipollas a tocarle los cojones, pues los empalaba en el camino de entrada a la capital. Así los siguientes espabilaban un poco o terminaban adornando los caminos de su país. Los últimos gilipollas fueron 10.000 empalados. Lo dicho, mi héroe.

En el antiguo Egipto, a los gilipollas se les daba unos bastonazos y listo. Christian Jacq, escritor y egiptólogo lo dice en “La pirámide asesinada”, y está sacado de lo escrito por los antiguos habitantes de ese maravilloso país:

“Pazair dictó una inesperada sentencia: cinco bastonazos para el escriba ayudante, culpable de que el asunto se hubiera demorado, ya que, de acuerdo con los sabios, el oído del hombre estaba en su espalda, escucharía la voz del bastón y, en un futuro, se mostraría menos negligente.”
​Después ha habido más depredadores de gilipollas, pero se han ido acabando. El último asomo de un depredador de gilipollas lo tenemos en “El tío la vara” del fabuloso José Mota. Pero ahí se acaba la cosa. A partir de ese momento los gilipollas se han ido reproduciendo y la superpoblación de estos especímenes se ha disparado.

Así podemos encontrarnos superpoblación de gilipollas por todas nuestras carreteras. Vemos esos conductores que se creen que en la carretera se puede estar de vacaciones y van despacio, más despacio de lo normal para el tipo de vía, enseñando a sus acompañantes los lugares más destacados del itinerario y sin prestar demasiada atención a la circulación rodada. Nos podemos encontrar con esos conductores que paran el coche en mitad del carril y te dicen que van a ser dos minutos.

También tenemos los gilipollas de los monopatines y los skate. Se creen con todos los derechos porque no contaminan, porque son ecologistas. Circulan a toda velocidad por las aceras, poniendo en verdadero peligro a las personas viandantes y si les llamas la tención todavía se te encaran y hasta te amenazan. Los de las bicicletas no se quedan atrás.

No nos olvidemos de los gilipollas de los peatones que no levantan la cabeza de las pantallas de sus móviles. Se chocan con otras personas, se saltan los semáforos y cuando les llamas la atención todavía te ponen mala cara o te sueltan la manida frase de “yo tengo derecho a …” A todo tienen derecho. Olvidan que tus derechos terminan donde empiezan los derechos de los demás. Y se les pasas rozando con el coche todavía te gritan y ponen cara de ofendidos, pero no miran el semáforo para darse cuenta que lo están pasando en rojo.

Mi mujer me dice, cuando veo alguno de estos gilipollas, que no me aparte, que ponga el codo a la altura de la cara. No lo hago por dos razones. La primera es porque estoy en libertad condicional y no quiero volver a la cárcel, al menos de momento, ya que me tendré que enfrentar a otro grupo de gilipollas, éstos con toga y puñetas. Y la segunda es porque creo firmemente que la gilipollez se contagia por contacto, y por eso me aparto y los dejo pasar. Como bien proclama el dicho:

​“No te acerques a un caballo por detrás, a una cabra por delante y a un tonto por ningún lado.”
​Luego tenemos a las feministas recalcitrantes, como las gilipollas que decían que los gallos violaban a las gallinas y que por eso ponían huevos. Lo de las tuercas violadas por los tornillos era un bulo. Pero lo que no es un bulo es lo que el Observatorio de la Mujer ha pagado por el “mapa del clítoris” o por los repetidos informes sobre la influencia de la familia monoparental en los menores, hasta que éstos dieron los resultados apetecidos por las feminazis, o por el último informe sobre la machista, misógina y patriarcal bicicleta, ya que se había demostrado que las mujeres la usan menos que los hombres y eso por supuesto hay que remediarlo.

Y por último tenemos a los millones de gilipollas que votan al mismo partido siempre. No importa lo que hagan, no importa que roben, estafen o defrauden. Tampoco importa lo que no hagan, esto es nada de lo prometido en la campaña electoral. Los gilipollas les seguirán votando.

Estoy seguro de que habrá más grupos de gilipollas, pero podríamos llenar libros enteros y aquí el espacio está tasado. También estoy seguro de que alguno me pondrá en algún grupo de gilipollas, pero yo soy como Pedro Sánchez y su regeneración democrática. Hago la lista de los que no me gustan y los acuso de antidemócratas, de fascistas y de atentar contra los poderes del Estado, esto es, contra él y su familia. Pero él no hace una mirada a su entorno para ver si él falla en algo. El Gran Hermano no se equivoca. Yo tampoco.

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