En la calle Calatrava 30, de Sevilla, se albergó mi madre mientras estudiaba su profesión de matrona.
En 1940 pululaban las referencias del hambre en esa casa, propiedad de tía Ramona, hermana de mi abuela, que realquilaba algunas habitaciones para sobrevivir sin demasiada rentabilidad. En una de ella, Candelaria se acunaba con sus hijos que, siendo viuda, cada año estrenaban hermanos. Sin promesas de pago, tía Ramona les acercaba una taza de caldo y galletas para los niños.
Cuenta mi madre que siempre tenían todos en la casa ganas de comer, pero las despensas estaban vacías. Entonces salía a pasear con una compañera por la Alameda de Hércules, donde Manolo Caracol cantaba y el aplaudido Manuel Torre sacaba sus galgos a pasear… Algún incauto las invitaba a medio cucurucho de altramuces o les pagaba el billete del tranvía.
Los doctores Recasens y Tello eran como padres para sus alumnas que hacían prácticas en la Clínica Santa Isabel, renovada hoy en la conocida Calle Oriente…
Para nadie deseo semejantes sacrificios sin dejar de reconocer la musculatura que deja la necesidad. Mi madre murió con 94 años, conquistadora, enérgica, llena de paz y de perdón… en parte, después de aquella lucha.
Bendita madre le concedió Dios.
Hoy esta gozando de la Gloria Eterna.
Mereció la pena tenerla como madre.
En las necesidades es donde el autentico amor
nos hace fuertes.
Ella sembró y sus hijos recibieron los frutos
de su sacrificio.