Conocí a un cura bienintencionado y viejo que en todos sus sermones hablaba de la Magdalena. Cansado de escuchar lo mismo y con la reverencia que entonces se les tenía a los ministros sagrados, le pregunté por qué siempre hablada de la misma y de lo mismo. El cura vasco y generoso me respondió:
-Porque, aunque pecó mucho, amó profundamente a su Señor, mereciendo el perdón y el reconocimiento.
No sabemos si esta Magdalena nuestra, la ministra que ofreció el Ave para Galicia sin que nunca llegara. Y dejó a los Eres pasear a sus anchas por los sevillanos Jardines de María Luisa. No sabemos, digo, si amó mucho a su señor, pero su señor si parece que ha descorchado en el tiempo el amor que le debía. Perdón para ella, para su esposa, para su hermano, para sus amigos, para los catalanes pobres e incomprendidos, para los vascos lastimeros… Este señor es más señor que Aquel que supo perdonar a la pecadora arrepentida.
Es tan bueno nuestro señor de aquí en la tierra que no queda ni rastro de los delitos que él considera, en todo caso, pecados veniales. Como siga así, va a perdonarlo todo, pero ha querido darnos ejemplo empezando por los suyos.