RICARDO PERAZA
Vivimos tiempos de incertidumbre extrema. En cuestión de horas, hemos visto cómo la tensión entre Estados Unidos e Irán se intensificó, luego pareció calmarse brevemente con noticias de un supuesto alto al fuego que, finalmente, no se materializó claramente en la realidad. Mientras escribo estas líneas, la situación sigue siendo inestable y cambiante. Además, se aproxima rápidamente el 9 de julio, fecha en que concluye el periodo de 90 días durante el cual Estados Unidos suspende temporalmente ciertos aranceles comerciales, un tema que ha perdido protagonismo en medio de esta vorágine informativa. Ante este escenario tan dinámico, parece que hemos relegado a un segundo plano uno de los mayores desafíos que enfrenta nuestro planeta: el cambio climático.
El reciente ataque estadunidense a Irán no sólo elevó la tensión en Oriente Medio, sino que desvió la atención internacional de cuestiones cruciales, como la crisis climática. Este nuevo conflicto, junto a otras crisis que se desarrollan en 2025, está cambiando drásticamente las prioridades mundiales y pone en peligro la posibilidad de alcanzar los objetivos climáticos necesarios para asegurar un futuro sostenible.
El efecto inmediato se observa en los mercados energéticos. Con el petróleo fluctuando debido a la incertidumbre en el Golfo Pérsico, la comunidad internacional parece dispuesta nuevamente a renunciar temporalmente a sus compromisos climáticos para mantener estabilidad energética a corto plazo. Esta renovada dependencia en los combustibles fósiles no sólo supone un retroceso económico, sino también político, porque la seguridad nacional vuelve a definirse en función del acceso a estas fuentes energéticas, dejando la transición hacia energías limpias en segundo plano.
Europa es un claro ejemplo de esta problemática. La prolongada guerra entre Rusia y Ucrania había empujado ya a países como Alemania y Francia a recurrir nuevamente al carbón para asegurar su abastecimiento energético inmediato. Ahora, con las tensiones en Oriente Medio, aun con un cese al fuego, Europa enfrenta aún más incertidumbre sobre el suministro petrolero y parecen cada vez menos motivados para sostener sus inversiones en energías renovables, priorizando resolver necesidades económicas y energéticas inmediatas sobre los objetivos ambientales a largo plazo.
En Asia, la tensión persistente entre China y Estados Unidos ha frenado significativamente los esfuerzos mundiales de cooperación climática. Con esta tensión global es probable que China busque garantizar su independencia energética reactivando grandes proyectos de carbón que anteriormente estaban destinados al cierre definitivo. Este retroceso incrementa considerablemente las emisiones globales, alejándonos cada vez más del objetivo internacional de limitar el calentamiento global.
Además, estos conflictos no sólo afectan las políticas energéticas, sino también las finanzas internacionales. El incremento acelerado del gasto militar conlleva una inevitable reducción de los recursos disponibles para acciones climáticas. Fondos destinados inicialmente a mitigar y adaptarse al cambio climático están siendo redirigidos a presupuestos de defensa, mostrando cómo la seguridad inmediata prevalece claramente sobre la sostenibilidad futura.
La crisis humanitaria generada por estos conflictos complica aún más el panorama climático. Millones de refugiados desplazados por guerras se suman a quienes ya huyen de desastres naturales relacionados con el cambio climático, aumentando así la presión sobre los recursos naturales, cada vez más escasos. Frente a esta difícil realidad, la comunidad internacional se enfrenta al dilema de atender emergencias humanitarias inmediatas o invertir en prevenir futuras catástrofes ambientales. En la mayoría de las ocasiones, la atención inmediata domina claramente.
A su vez, los fenómenos climáticos extremos no cesan, sino que aumentan su intensidad. Durante 2025 hemos presenciado inundaciones históricas, sequías devastadoras y olas de calor sin precedentes. Estos eventos extremos se entrelazan con las crisis políticas y económicas, formando un círculo vicioso en el que la inestabilidad global intensifica aún más la crisis climática.
En este contexto, la próxima Conferencia sobre Cambio Climático, la COP30, programada para noviembre de 2025 en Belém, Brasil, adquiere una relevancia crucial. Los preparativos ya están en marcha, con encuentros previos donde Brasil intenta consolidarse como líder en materia climática promoviendo una transición energética justa y movilizando recursos significativos para la conservación ambiental.
Sin embargo, esta conferencia también enfrenta serias contradicciones. Mientras Brasil busca posicionarse como defensor ambiental, mantiene polémicos planes de explotación petrolera cerca del Amazonas, generando críticas por su falta de coherencia interna y externa.
Aunque la COP30 genera expectativas globales y recibe considerable atención mediática, la actual multiplicidad de crisis podría afectar seriamente la efectividad real del encuentro. Las emergencias inmediatas relacionadas con conflictos y crisis energéticas podrían reducir notablemente el enfoque en los compromisos climáticos.
Así, 2025 representa una encrucijada crítica: mientras gestionamos crisis inmediatas, la amenaza climática sigue avanzando inexorablemente. La decisión entre priorizar la sostenibilidad futura o responder únicamente a las emergencias inmediatas será determinante. La COP30 podría marcar un punto de inflexión decisivo, pero también podría convertirse en un triste recordatorio de oportunidades perdidas.
Finalmente, la historia podría recordar 2025 como el año en que tuvimos nuestra última gran oportunidad para enfrentar el cambio climático y optamos, consciente o inconscientemente, por ignorarla. Las futuras generaciones seguramente nos juzgarán duramente por esta decisión, plenamente conscientes de que mientras nos distraíamos con conflictos inmediatos, comprometíamos seriamente el futuro de nuestro planeta.
*Por su interés reproducimos este artículo de Ricardo Peraza publicado en Excelsior.