El rostro del papa León XIV mantiene una serena alegría que esconde insatisfacciones, canciones alborotadas, dolor de Iglesia. Acaba de sentir con todos que “la falta de vocaciones es una desgracia para la Iglesia” después, se queda temblando la frase entre los vientos de la responsabilidad. Es otro tiempo. Otra la lucha. Distinta la comprensión del mundo. Conformarse con lo suficiente es quedarse sin apetito para encontrar la verdad.
Ortega y Gasset, hablando con Unamuno sobre el comportamiento de algunos jóvenes, se quejaba: “No es que no nos ven, es que no nos miran”. Porque eso es precisamente la vocación: una mirada al interior de la persona donde, según santa Teresa, Dios vive y se recrea. Pero las prisas, la indigestión de redes sociales, la importancia excesiva a lo superficial, nos impiden poner los ojos donde se debe para toparse con lo que llena.
Fernando Pessoa sentía preocupación porque nunca sabía dónde dejaba el paraguas y por no recordar, con más frecuencia, la dignidad del alma.
La vocación es un delirio que sólo se percibe cuando las ansias no llegan a alcanzar su destino. Acierta quien sabe escuchar. Se equivocan los que les basta con la piel de las cosas.
Pedro Villarejo