La idea de que podrían existir otros universos más allá del nuestro, que evolucionan en paralelo o como parte de un multiverso tiene más de dos mil años. Sin embargo la concepción que tenemos hoy en día surgió a raíz de una posible interpretación de la física cuántica, según Muy Interesante. Lo que se propuso como un mero juego teórico, una curiosidad matemática sin más importancia, se ha convertido en uno de los conceptos científicos más populares entre quienes no se dedican profesionalmente a la ciencia. Tal ha llegado a ser dicha popularidad que la franquicia Marvel, probablemente la más exitosa (en cuanto a dinero recaudado, al menos) de la historia del cine, ha dedicado a este concepto la trama de más de una película.
Con el estreno de la última entrega del universo cinematográfico de Marvel, el estudio ha dado auténtico protagonismo a este concepto, haciéndolo hilo conductor de la trama de la película titulada Dr Strange: En el multiverso de la locura (2022). En el film vemos cómo Stephen Strange parece desajustar el funcionamiento normal de nuestro universo, haciéndolo coincidir con otras instancias de este, otros universos paralelos dentro del multiverso. Esto le permite explorar los límites de sus poderes y de la propia realidad.
Pero, ¿tiene algún sentido esto que proponen? ¿O debemos entenderlo como simple fantasía? Al fin y al cabo, las películas de Marvel, especialmente las estrenadas en las últimas décadas, tienden a intentar justificar sus recursos argumentales desde la ciencia, aunque sea vagamente. En la saga de los Vengadores por ejemplo se hizo mención y se dió un peso considerable a conceptos de la mecánica cuántica o relacionados con los viajes temporales. En muchas ocasiones esto se traduce simplemente en utilizar palabras de aspecto científico para describir sus planes, más que en explicar o en aplicar algún conocimiento aceptado por la ciencia actual.
El concepto de multiverso, o de una infinitud de universos que conviven de alguna forma, surgió por primera vez en la antigua Grecia. Los defensores del atomismo creían que existían infinitos átomos ocupando un vacío infinito por un tiempo también infinito. Estos chocaban y rebotaban, dando lugar a infinitos mundos, entre los cuales el nuestro era uno más de aquella cantidad inabarcable. Estas ideas cayeron en desuso pero no fueron completamente olvidadas, y podemos encontrar mención a ellas durante la edad media y hasta bien entrado el siglo XX, durante el cual cobró un nuevo significado a raíz del desarrollo creciente de la mecánica cuántica. Esta mecánica incluye el concepto de superposición, en el que un determinado sistema cuántico es capaz de ocupar un estado que parecería ser la mezcla o la suma de varios estados distintos.
Para dar sentido a esto se ha propuesto, entre otras cosas, que los distintos estados posibles que forman el estado de un sistema en superposición, corresponderían cada uno al estado de uno de varios universos exactamente idénticos excepto por esa discrepancia. Por ejemplo, en el famoso experimento mental del gato Schrodinger, en el que según la física cuántica el gato podría existir en una superposición de los estados “vivo” y “muerto”. La interpretación del multiverso sería que el gato existe en ambos estados, pero en universos diferentes. Sin embargo Schrödinger propuso este ejemplo precisamente para mostrar cómo los sistemas macroscópicos no pueden regirse por las leyes cuánticas.
ESTARIAMOS VIENDO UNA CONSECUENCIA DE LA EXISTENCIA DE ESTE MULTIUNIVERSO
De esta forma, cada vez que un sistema cuántico se encontrara en superposición de estados, realmente estaríamos viendo una consecuencia de la existencia de este multiverso. Sin embargo esta hipótesis es muy poco científica. Aunque la superposición fuera una especie de ventana a otros supuestos universos, la verdad es que no existe manera física alguna de acceder a la más mínima información de ellos. Si interactuamos con uno de estos sistemas en superposición, aunque sea de la manera más sutil (haciendo que un fotón u otra partícula incida sobre él), lo haremos colapsar y lo haremos tomar uno de los muchos (o incluso infinitos) estados en que podía aparecer. Es decir, aunque en nuestro universo particular el gato de Schrödinger apareciera muerto, no tendríamos forma posible de contactar (ni de observar siquiera) con el universo en el que el gato ha sobrevivido el experimento.
Por tanto, si no podemos interactuar de forma alguna con estos universos paralelos, y ellos no pueden hacerlo con nosotros, ¿qué nos aporta su existencia? Si no tenemos acceso a ellos significa que las hipótesis que dan explicación al multiverso no podrán ser puestas a prueba, ni para desmentirlas ni para aceptarlas. Estas explicaciones parecen acercarse en ocasiones más a los planteamientos teológicos que a los científicos. El multiverso, al menos tal y como lo concebimos hoy en día, requiere de un salto de fe por nuestra parte, pues no tiene ninguna consecuencia tangible o medible sobre nuestra realidad.
El problema por supuesto no está en lo exótico de esta teoría o en lo antiintuitivo. La mecánica cuántica o la relatividad tienen consecuencias que, a nuestro cerebro de simio, podrían parecer ilógicas. Sin embargo estas teorías hacen predicciones sobre el mundo que nos rodea que pueden ser puestas a prueba y que, además, han resultado acertadas. Una teoría en la que todo vale, como sería la del multiverso, tiene poco poder explicativo, poca capacidad de describir y dar sentido al funcionamiento del universo. Hacer referencia a la existencia de infinitos universos para intentar dar sentido a las peculiaridades del universo [link a “¿Por qué se expande (exactamente) el universo?”] que habitamos estaría tan injustificado como invocar a un ser creador mitológico.
En definitiva, que si tenemos que responder a la pregunta que da título a este artículo en pocas palabras, la respuesta sería “sí, por favor” para quienes se dedican a crear historias de ciencia ficción y sería “poco importa” para la gran mayoría de quienes se dedican a pensar en estos temas. La respuesta más sincera sin embargo probablemente sea un “no tenemos forma de saberlo”.