Ya he escrito sobre una idea extraña acerca de cómo el trabajo se vive como una desgracia, como si hubiese el lamento de “tener que trabajar para vivir”. Es cierto, sin duda, el trabajo permite la propia supervivencia; en las enseñanzas de Buda, en el Código del laico, se plantea que quien no tiene medios de subsistencia (trabajo o labores) no puede mantener a otros, no tiene cómo ser generoso, tampoco cómo protegerse ni cómo ayudar a su familia (Bhikkhu, T, Gihisāmīci Sutta: El código del laico). Es decir, el trabajo es una actividad necesaria. Entonces, ¿Cuándo se convirtió el trabajo en una carga o un castigo?
Mucho dice el origen de la palabra: trabajo proviene del latín tripalium, que era un instrumento compuesto por tres palos, como su nombre lo indica, el cual se utilizaba durante el Imperio romano como instrumento de tortura o de inmovilización con el fin de castigar a los esclavos. Así pues, nos encontramos que en los periodos griego y romano el trabajo era para esclavos. Aristóteles, que no se escapaba de su tiempo, escribió: “Los oficios mecánicos son innobles y contrarios a la virtud, porque hacen que el cuerpo o la mente no sean libres para la vida política y filosófica” (Política). Es decir, delimita el trabajo a las actividades manuales, las cuales desdeña, considera que sólo la vida intelectual y política conduce a la excelencia (actualmente es interesante preguntarse si los políticos trabajan). Parece, entonces, que en el periodo clásico el trabajo era pensado como una necesidad de los más desafortunados.
Para Hegel, en la Fenomenología del espíritu: “El trabajo forma y educa. Porque en el trabajo la conciencia llega a sí misma. […] En el trabajo, el siervo se convierte en libre, porque en la cosa transforma la forma y, con ella, transforma su propia subjetividad”. El filósofo reflexiona más allá del trabajo como empleo o como una actividad económica, sino como lo que sucede en uno mismo cuando tiene la posibilidad de trabajar. El trabajo es lo que le permite al ser humano salir de la dialéctica del amo y el esclavo. Para entender esta metáfora, el filósofo de origen francés Alexandre Kojève plantea que la identidad del ser humano depende del reconocimiento del otro. Cuando dos individuos se enfrentan: uno está dispuesto a arriesgar la vida para ser reconocido (el amo), mientras que el otro prefiere conservarla y se somete (el esclavo). Aunque el amo parece dominante, en realidad depende del esclavo para serlo. El reconocimiento que obtiene es incompleto porque proviene de alguien que no es libre. En cambio, el esclavo, a través del trabajo, transforma el mundo y a sí mismo, y así encuentra el camino hacia la libertad. El esclavo no requiere del amo y en eso radica su victoria. Así, el trabajo dignifica y humaniza.
Lo desafortunado es considerar el trabajo como una pena que cargar, en tanto que en el mundo moderno el trabajo puede llevar a una vida muy plena. El trabajo es una manera de insertarse en la sociedad. Más allá de los lazos familiares, en un mundo en que el que muchos jóvenes no piensan en formar una familia, el trabajar es una posibilidad importantísima para poder ser parte de algo más grande del microcosmos en el que nacieron; les permite crecer su mundo de manera independiente a posibles alianzas familiares.
Cabe señalar que es muy fácil deslizar una confusión entre una vida plena y el éxito. El éxito se inserta en un mundo discursivo de la productividad, la eficiencia, el siempre poder dar más, mientras que una vida plena es de un orden diferente.
Para el sociólogo francés Dujours: “El trabajo, que es central en nuestras vidas y en nuestra vida cotidiana, es el lugar por excelencia de esta creatividad que nos permite enfrentarnos a los obstáculos, a los esfuerzos, de desplegar una y otra vez nuestra inteligencia y nuestra resistencia. El resultado, cuando el trabajo está bien hecho, es el logro de sí mismo”. Así, el trabajo es, dentro de otras cosas, el campo perfecto para desarrollar la creatividad desde muchos lugares posibles. Un trampolín para desplegar el propio talento, la capacidad para resolver problemas, el ingenio para desarrollar cosas nuevas. Cuando el trabajo se vuelve repetitivo y predecible, la llama de la creatividad se pierde y es, entonces, cuando comienzan a aparecer los signos más fuertes del burnout, que se tratará en la siguiente entrega.
Mientras tanto, lo invito a preguntarse: ¿ha encontrado en el trabajo un camino para una vida plena? Y ¿Qué es una vida plena?
*Por su interés, reproducimos este artículo escrito por Ingela Camba Ludlow, publicado en Excelsior.