En mi pueblo y en mi época, a los que no servían para nada, se les decía: “Eres más inútil que una ventosa”: esos vasos absorbentes que dejaban en la carne redondeles colorados sin consecuencias de alivio. Sin embargo, hay inútiles que nada hacen, pero acompañan; otros, bastantes, no cesan de rodar la rueda de sus moliendas.
Véase, por ejemplo, al ministro de Asuntos Exteriores, que parece el Avaro, de Molière, con sus gafillas redondas y doradas de liliputiense. Así es imposible ver más allá de las fronteras tapizadas de su despacho, que precisamente fue cárcel en otro tiempo para que corrigieran allí sus atropellos los desalmados.
Bueno pues, nuevamente, su ministerio crea una revista de “disidencia sexual” donde lo católico y sagrado es otra vez objeto de deseo para las mofas que no pueden ser trasladadas a otras religiones con respuestas diferentes.
Me da pena que estos promotores de la insensatez no crean en nada ni en nadie, sólo en ellos mismos. Quizá todos, por eso, tienen el alma tan bajita.