Venezuela, en el corazón y en la mente

16 de noviembre de 2025
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Venezuela I Freepik

La hostilidad bélica desatada por Donald Trump contra el régimen de Venezuela, encubierta bajo el pretexto de lucha contra el narcotráfico, es un error más de este presidente norteamericano

La hostilidad bélica desatada por Donald Trump contra el régimen de Venezuela, encubierta bajo el pretexto de lucha contra el narcotráfico, es un error más de este presidente norteamericano, tan partidario de acciones testiculares en detrimento de conductas geopolíticas racionales. ¿Que quiere combatir el narcotráfico? Muy bien. Que haga tres cosas, le dicen los expertos: primera, que movilice el ya existente Servicio de Guardacostas estadounidense, que dispone de más de 247 buques, 204 aviones y aeronaves, así como 48.000 efectivos, policiales y civiles, para guarecer sus litorales del acceso de drogas. El servicio está dotado de funciones policiales y, en casos extraordinarios, militares.

Segunda medida: que no despliegue la Marina de Guerra para encarar una fuerza asimétrica como la del narco –portaviones contra lanchas–, porque esa desproporción perpetúa la vulnerabilidad del más fuerte, como los movimientos guerrilleros saben muy bien, y que se incline por la lucha policial y no militar en ese escenario.

Y, tercera medida, que no mire tanto hacia de dónde llega la droga a Estados Unidos como hacia quién, dentro de su propio país, demanda las enormes cantidades de narcóticos que consumen tantos norteamericanos que, según algunos cálculos, oscilan entre diez y veinte millones de drogodependientes para una población total de 344 millones de habitantes.

¿No hay nadie que le diga a Donald Trump que son más de cien, 100, los cárteles de la droga que operan en el interior de los Estados Unidos? ¿Y que son los mismos cárteles que disparan tan desmesuradamente la demanda de narcóticos mientras encarecen los precios de la oferta? ¿Desconoce quizás el papel, como poder fáctico real, que el mundo mafioso del narco, ocupa en la configuración de los poderes alternativos en el gran país transatlántico, a saber: el Pentágono, Wall Street, el complejo militar-industrial, Hollywood y Silicon Valley?

Dos noticias graves

Varias noticias de gran calado confirman los efectos de esta ignorancia presidencial. La primera, de orden interno, ha sido la reciente dimisión, confirmada tras 37 años de servicio a las armas, del responsable de operaciones militares del denominado Comando Sur estadounidense, general Alvin Hosley, a quien competía el mando en el Caribe. Hosley ha dimitido de su cargo por negarse, muy probablemente, a desplegar acciones policiales en el Caribe con buques de guerra hoy contra Venezuela, tareas consideradas impropias de su condición como militar. Hosley no es un policía.

La segunda se refiere a que la Inteligencia británica, los servicios secretos del Reino Unido, que colaboraban con los estadounidenses en el combate contra el narco, ha declinado seguir cooperando con Estados Unidos en el Caribe en la lucha contra el tráfico de estupefacientes. Estos servicios se han negado a suministrar información de inteligencia a Washington, por considerar ilegal y contrario al Derecho Internacional el despliegue bélico de la US Navy en el mar Caribe frente a las costas de Venezuela; despliegue que se ha cobrado ya más de 50 muertes tras el hundimiento a cañonazos de supuestas narcolanchas.

Un tesoro energético en vísperas de guerra

El aprendizaje geopolítico de Donal Trump se está mostrando excesivamente lento y costoso. El envío de submarinos nucleares estadounidenses al Caribe, una zona del mundo, en América Central y del Sur, que había permanecido milagrosamente ausente de la carrera nuclear y adscrita el tratado de No Proliferación, TPN, es de una irresponsabilidad geopolítica sin precedentes, según los expertos.

Por otra parte, Trump ha sido incapaz de ocultar que el verdadero propósito de su baladronada bélica contra Venezuela, país que nunca ha figurado entre los grandes exportadores de droga en América, consiste en garantizarse con mano de hierro la presumible apropiación del tesoro de los recursos, en gas, petróleo y minerales, de la superpotencia energética venezolana.

Ello es un síntoma inequívoco –que, en lógica geopolítica, debiera permanecer oculto– de lo que Estados Unidos acostumbraba hacer en las vísperas de conflictos de gran envergadura, como hizo en América del Sur y Central previamente a la Primera y la Segunda Guerra Mundiales, más la de Corea, mediado el siglo XX. Así lo confirma el politólogo y jurista español Joan Garcés, considerado uno de los principales pensadores geopolíticos de nuestro país (1). ¿Cuál es hoy la guerra en ciernes de mayor entidad?: la que la Casa Blanca de Donald Trump prepara premeditadamente contra China.

Por consiguiente cabe deducir que la lucha contra el narcotráfico, invocada por Trump para militarizar el Caribe y agredir a Venezuela y, por extensión, amenazar a la Colombia gobernada por el progresista Gustavo Petro, es la coartada para esa apropiación y aseguramiento, por parte estadounidense y manu militari, de los ricos energéticos de los que dispone en fabulosas reservas el país del régimen bolivariano.

Milicias populares armadas

Claro que, al parecer, un fuerte obstáculo se opone al designio neocolonial estadounidense. El régimen venezolano, que procede de una revolución –esto no debe olvidarse, porque todas las revoluciones tienen una impronta de firmeza autoritaria–, se ha dotado de milicias populares a las que está armando profusamente. Y a la guerra civil que la CIA trata de inducir intramuros de las Fuerzas Armadas Bolivarianas y de la sociedad venezolana, con el plácet ya oficial de Trump para que despliegue acciones encubiertas, Nicolás Maduro le contrapone una movilización social armada y concienciada cívicamente, que disuadirá a Washington de seguir adelante en el propósito de invasión o de derrocamiento del régimen. Así pues, a la contienda interna inducida en clave neocolonial por Washington, Caracas le opondría una resistencia cívico-popular, que desata hoy los temores estadounidenses ante la posibilidad de recibir ataúdes con los cadáveres de marines estadounidenses previamente desembarcados y caídos en combate en las costas, las sabanas, sierras y selvas de Venezuela. Claro que, el potencial bélico del país norteamericano es inconmensurable, pero la resistencia popular armada y presumible se yergue en factor disuasorio.

El contencioso fronterizo con Guyana por el Esequibo, territorio de 160.000 kilómetros cuadrados situado en la frontera oriental de Venezuela, rico en gas y considerado irredento por Caracas, se trata de una fricción espoleada asimismo por medios afines a Washington. Tal litigio es realmente incómodo en el momento presente, electrizado por la posibilidad de una guerra de mayor envergadura.

Así están las cosas. Cuando tanto corifeo nacional del atolondrado inquilino de la avenida de Pensilvania aplaude desde nuestros lares fanfarronadas de la gravedad del despliegue de cañoneras de la Marina de Guerra de los Estados Unidos en el Caribe, sería conveniente recordar que los lazos españoles con el pueblo de Venezuela son sinceros; décadas de emigración canaria, vasca, andaluza y castellana al país de Bolívar así lo atestiguan; allí encontraron oportunidades económicas que el franquismo aquí les negaba; y se trata de nexos tan estrechos como para prever hoy movilizaciones sociales, con efectos en Europa, que denuncien el neoimperialismo feudal y colonial que Trump trata de imponer por las armas a un pueblo soberano, que optó por la opción revolucionaria de conservar sus riquezas e impedir su expropiación secular a manos del hoy políticamente tan atrabiliario vecino imperial del norte.

La inmigración venezolana hacia España, pese a ser de extracción social plural –el boicoteo económico, financiero y sanitario de Estados Unidos contra Venezuela provocó un copioso éxodo–, se ve hegemonizada aquí por millonarios evasores fiscales autoexiliados de su país, que intentan derrocar a Nicolás Maduro financiando candidatos, hasta el momento, políticamente muy deficientes.

Recordemos que el mentor de la revolución bolivariana, Hugo Chávez Frías, consumó el primer proceso revolucionario de la historia con holgura de medios económicos, como subrayara la pensadora chilena Marta Harnecker (2). Mostró, además, suficiente habilidad como para desmontar el bipartidismo entre adecos y copeyanos, socialcristianos y socialdemócratas, muy corrupto en Venezuela, mediante un golpe militar seguido de una reforma de la Constitución y de las instituciones en clave cívica. En ella se proclama la intercomunicación entre las bases y el poder como inmediata, mientras buena parte las iniciativas políticas acostumbran venir de abajo hacia arriba. Asimismo, se aplica a desarrollar una política social orientada a la educación y a la vivienda, ámbitos desasistidos por regímenes anteriores pese a la riqueza en hidrocarburos, agua dulce, materias primas y minerales sobre los que flota el país. Los nexos de Carcas con La Habana y Managua son, al decir de sus dirigentes, mutuamente beneficiosos.

Revocar a los líderes

Por otra parte, la Constitución venezolana dispone de un procedimiento revocatorio, democrático, capaz de apear del poder al gobernante que contravenga el designio popular de emancipación social y de soberanía nacional. Todo lo cual confiere al régimen bolivariano su proclamada legitimidad, como prueban las sucesivas e ininterrumpidas elecciones locales, regionales y estatales ganadas por el régimen en las urnas.

La oposición venezolana, que ha impugnado muchos resultados electorales del período de Nicolás Maduro, no logra desprenderse de su barniz oligárquico ni de su servilismo hacia la Casa Blanca y de su aval a las pretensiones de derrocar militarmente al Gobierno y su régimen. Todo lo cual lastra sus expectativas electorales y da pretextos al régimen para reprimirla por antipatriótica.

Hugo Chávez, (1951-2013) coronel paracaidista, experto en Comunicaciones, nieto de un guerrillero, jugador de beísbol, zurdo (3), erigió un régimen revolucionario socialista y nacionalista de cuño bolivariano en Venezuela. Se trata de un régimen versado hacia la democracia directa. Durante todo su mandato, se vio democráticamente refrendado en las urnas. Empero, recientes revelaciones parecen confirmar que Chávez fue envenenado con una sustancia muy cancerígena por una enfermera adscrita a su séquito. Ya tiempo atrás, agentes de la Inteligencia española subrayaban que el líder bolivariano acostumbraba pasear a caballo en sus ratos de ocio y que, presumiblemente, agentes secretos extranjeros, con cómplices locales, lograron impregnar la silla de cuero de su caballería con plutonio altamente radiactivo.

Vemos pues cómo presumiblemente se las gasta el imperio y sus secuaces contra quienes les salen díscolos. Esperemos que los deterioros de salud que vemos por nuestros foros no tengan nada que ver con lo sucedido en Venezuela, país que ocupa la mente y el corazón de muchos españoles, muy preocupados por lo que sucede en la zona y, también en otro plano, lo que acaece por nuestros propios lares.

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