Todo comenzó como un relato digno de Edgar Allan Poe. Un hombre compró una casa en un pequeño pueblo cercano a Granada y empezó a preparar la vivienda para mudarse. Mientras inspeccionaba cada rincón, su curiosidad lo llevó a abrir una caja olvidada en un rincón del inmueble. Lo que encontró lo dejó sin aliento: un cráneo humano y restos óseos dispersos.
El susto fue mayúsculo y, de inmediato, avisó a la Guardia Civil. Lo que parecía el inicio de un caso criminal sombrío pronto llegó a los juzgados de la capital, donde la prioridad era clara: determinar si esos huesos estaban vinculados a un delito. La inspección inicial sugirió que los restos podrían ser de un niño, lo que aumentó la inquietud y el misterio.
Los rumores comenzaron a circular con rapidez entre vecinos y medios locales. La historia parecía sacada de un guion de suspense, con finales oscuros y escalofriantes. Sin embargo, la realidad tenía un desenlace mucho más sencillo y humano, según apunta el IDEAL.
Tras las primeras investigaciones, se descubrió que los huesos no tenían nada que ver con un crimen. Resultó que uno de los antiguos ocupantes de la casa había sido estudiante de medicina en la Universidad de Granada. Durante sus estudios, había solicitado el esqueleto para prácticas de anatomía, pero, por descuido o despiste, nunca lo devolvió. Cuando la vivienda se vendió, la caja con los restos permaneció intacta, esperando ser descubierta años después.
La Facultad de Medicina confirmó que los huesos eran de su propiedad y que habían sido prestados a un alumno para fines académicos. Con esta confirmación, la investigación judicial se cerró, y el caso, que había generado tanto revuelo, terminó sin mayores complicaciones.
En cierto modo, este episodio recuerda a esas pequeñas olvidos cotidianos: como pedir un libro prestado y nunca devolverlo. Lo macabro del hallazgo contrastó con la explicación sencilla y casi cómica de la situación. Los restos han regresado a su “hogar” original, según fuentes de la universidad, y el miedo inicial se ha transformado en una anécdota curiosa que ya circula entre vecinos y medios.
Lo que comenzó como un descubrimiento inquietante terminó con un cierre inesperadamente tranquilo. No hubo crímenes, ni misterios sin resolver, solo un recordatorio de que a veces la realidad puede ser mucho más simple que cualquier historia de terror.