Las varices suelen llamar la atención por su apariencia en las piernas —venas marcadas, hinchazón o pesadez—, pero en realidad son un reflejo de un problema circulatorio más profundo. Se trata de venas que han perdido su elasticidad y forma, impidiendo una correcta circulación de la sangre, especialmente en las extremidades inferiores.
Su origen está en el mal funcionamiento de las válvulas venosas, que normalmente evitan que la sangre retroceda. Cuando estas fallan, la sangre se acumula, generando presión en las venas y causando su deformación. Aunque se asocian comúnmente con la edad, las varices también pueden aparecer en personas jóvenes, sobre todo si existen antecedentes familiares, sedentarismo, obesidad o cambios hormonales frecuentes.
Más allá del aspecto estético, las varices pueden derivar en complicaciones médicas como dermatitis, úlceras o trombosis si no se tratan adecuadamente. Por ello, es importante entender que requieren atención médica y no solo soluciones cosméticas.
El tratamiento varía según la gravedad, e incluye desde medidas preventivas hasta procedimientos como escleroterapia o cirugía láser. Aunque existen productos para disimularlas temporalmente, lo fundamental está en adoptar hábitos que mejoren la circulación: caminar regularmente, evitar estar mucho tiempo de pie o sentado y elevar las piernas al final del día.
Una alimentación saludable, el uso controlado de medias de compresión y productos tópicos como los que contienen castaño de Indias o centella asiática también pueden ayudar. Sin embargo, estas medidas deben aplicarse con constancia y, en muchos casos, bajo orientación médica para obtener resultados efectivos.