El despertador no suena a las 6:00 como debería. ¿El motivo? El móvil no funciona. Juan se levanta a las 6:45 por el ruido de la puerta al salir su mujer al trabajo. No le ha despertado tampoco. Vuelve a mirar su móvil y no tiene ni cobertura ni señal. Va a la cocina a prepararse un café para despejarse, pero su cafetera de goteo no suena cómo debería. Hace un ruido extraño. Juan lo ignora y mientras se prepara el café se va vistiendo.
Vuelve a por su café, pero puros posos se encuentra. Mira a ver qué ha podido fallar y falta el filtro de la cafetera. No se lo podía creer. Sin café no es persona y ya no tenía tiempo para ir a una cafetería antes de trabajar.
Siempre desayuna café con galletas. Pero esta mañana ni café ni galletas. Tampoco comida porque todo lo que había en la nevera estaba malo; nada estaba envasado al vacío. Pensó que una vez saldría de la oficina podría ir a comprar algo y eso le tranquilizó bastante. Cogió su maletín y fue rumbo a trabajar.
Está cayendo el diluvio universal. No había podido mirar el tiempo en el móvil. Se empapó de camino a su coche y al montarse no podía ver nada por la lluvia. Nada es nada. Arranca para poner el limpiaparabrisas y no funciona. Sale del coche y, efectivamente, no había limpiaparabrisas.
Estaba teniendo la mañana más rara de su vida. Él era un hombre de rutina, enfocado en su trabajo como abogado, pesimista, cansado, con una mujer un tanto desatendida, y todo ello por estar siempre tan ocupado.
Se echó a llorar. Todo le estaba yendo mal. Pero por primera vez en su vida decide no pensar en negativo. Estaba aún a tiempo de llegar al trabajo si cogía el tren. Y eso hizo. Seguía lloviendo y no tenía paraguas, pero le daba igual porque no estaba ni pensando en la lluvia, simplemente en llegar a tiempo. Le toca esperar al tren unos siete minutos. Cree que le da tiempo. Respira.
Esperando, decide distraerse leyendo un poco. Abre el maletín y busca su libro electrónico (e-book) para retomar su lectura de Richard Suskind, ‘El futuro de las profesiones’. ¡Qué sorpresa! No estaba. Se pone las manos en la cabeza y en lo que se cuestiona si ponerse a llorar en público o no, viene el tren. Se monta y ni tiene móvil con cobertura, ni libro electrónico ni nada. Sólo le queda mirar por la ventana y ver cómo van cayendo las gotitas por el cristal.
Se pone a pensar en todo lo que ha pasado y decide analizar las situaciones una por una para ver qué ha pasado. Una hora de trayecto le quedaba aún.
Recordó que la noche anterior discutió con su mujer por decir que el hombre lo había inventado todo y que no sabía decir el nombre de ninguna inventora a lo largo de la historia. Se le pasaba por la cabeza Leonardo da Vinci, Thomas Edison o Nikola Testla. Ningún nombre femenino conocido. Su propia mujer le hizo reflexionar, pero él erre que erre.
«En verdad, el hombre no ha inventado todo», pensó en el tren. Le vino a la memoria una clase de mujeres inventoras que tuvo cuando era niño. Gracias a la buena memoria que tiene, ahora todo tiene sentido.
Lo primero que pasó es que no se podía levantar porque el móvil no le funcionaba porque no tenía conexión a Internet. ¿Tendrá algo que ver que el Wifi fuese creado por una mujer?
Fue Hedy Lamarr, una actriz austriaca que desarrolló la teoría del ‘espectro ensanchado’ durante la Segunda Guerra Mundial, el precursor del Wifi. Se trataba de un sistema de comunicaciones secretas para los torpedos controlados por radio que sentó las bases tecnológicas para inventos que consideramos “modernos”, como el Internet o el GPS.
Luego pasó lo de la cafetera. Por causa del filtro del café. Y pensó en que antes del siglo XX, se preparaba poniendo el café en bolsas de lino que se sumergían en agua hirviendo. Melitta Bentz, consciente de lo poco práctico que era, comenzó a realizar experimentos para lograr un mejor sabor. Melitta descubrió que colocando un papel grueso sobre una olla con agujeros se podía conseguir un café más sabroso e intenso. En 1908 patentó el invento y se convirtió en empresaria modélica, ya que, además, ofreció condiciones de trabajo muy beneficiosas a sus empleados.
Y lo mismo con las galletas. Las ‘cookies‘ son las favoritas de Juan. Es curioso porque este invento gastronómico vino de la mano de una mujer: Ruth Wakefield. Ruth y su marido tenían una especie de Bed and Breakfast en un pueblecito estadounidense. Un día de 1933, haciendo galletas para sus huéspedes, se dio cuenta de que no había comprado ni chocolate en polvo ni frutos secos, así que decidió sustituirlo por trocitos de una tableta de chocolate Nestlé.
Pensó que se derretiría, pero se conservaron, quedaron más jugosas y con la misma forma. Luego Ruth escribió un libro de recetas con las pautas para hacerlas, y se difundieron tanto que llegaron a ser las galletas preferidas de los soldados en la IIGM.
Cuando terminó el «inexistente desayuno» fue a por su comida del día y no la pudo coger porque estaba pasada. Algo estaba pasando porque él, el día anterior, recordaba que tenía en la nevera tápers y comida envasada al vacío. Curioso porque quién consiguió eliminar el aire de una lata, inventando así el envasado al vacío sin previa cocción de los alimentos fue Amanda Jones. En el siglo XIX, esta inventora mejoró la calidad de los alimentos en el momento de consumirlos.
Al bajar al coche, diluviando, trató poner el limpiaparabrisas… otro invento de una mujer. Esta vez de Mary Anderson. El ingenio de esta estadounidense permitió que en 1916 todos los coches incorporaran un brazo mecánico que, activado por el conductor desde la cabina, despejaba la visión a través de la luna del automóvil.
Y pasa lo mismo con el libro electrónico. Aunque éste de la mano de una española: Ángela Ruiz Robles. Ella era una maestra con vocación de inventora. Desarrolló una enciclopedia mecánica que perseguía el objetivo de transmitir conocimientos de una forma más interactiva. El libro contaba con pulsadores, bobinas, luces y desplazables que contribuían a una mayor comodidad y predisposición al aprendizaje.
Ya había terminado el trayecto de una hora. Y bastante ameno se le hizo a Juan, algo que agradeció mucho dadas las circunstancias. Pero algo cambió el curso de los acontecimientos: un atraco con pistola.
Un hombre, de aspecto cuestionable, trataba de robar el bolso a una mujer mayor. Menos mal que la policía estaba por la zona para poder detenerle. Pero con tan mala suerte que el hombre lanzó una bala al pecho del policía.
¿Por qué con tan mala suerte? Porque él no llevaba un chaleco anti-balas. El material con el que está hecho es el ‘kevlar‘, un componente capaz de producir una fibra muy fina pero extremadamente resistente que se utiliza en los chalecos antibalas y en las prendas para alta montaña. Fue inventada y sintetizada en 1965 por Stephanie Kwolek.
Ahí está la clave. Estaba viviendo un día sin inventos creados por mujeres a lo largo de la historia. Objetos cotidianos en los que no paramos a reparar sobre su aparición y sobre su autor (o autora). ¿Habría invocado todo eso por la discusión con su mujer la noche anterior? Seguramente. Una vez ya consciente las cosas cambian.
Trató de ayudar al policía herido. Ya le daba igual llegar tarde. De todas formas lo iba a hacer. Llamó a una ambulancia para socorrerle. Cuando llegó era muy arriesgado llevarle al hospital, así que le atendieron de urgencia al momento.
Necesitaba una reposición de sangre inminente, pero no había jeringuillas disponibles. Aunque en realidad, por ese día, también inexistentes. En concreto, las de uso a una sola mano, lo que facilitaba el trabajo médico; ya que fueron inventadas por Letitia Geer. La cuestión de cómo inyectar sustancias en el cuerpo humano y de cómo sustraerlas para analizarlas, quedó solventada a partir de 1899 gracias a esta inventora.
No volvió a saber de qué pasó con ese policía porque se fue al trabajo, que estaba a diez minutos andando. Seguía lloviendo, pero empapado llegó milagrosamente a tiempo. Vió que todas las luces estaban apagadas y había un cartel en la entrada que avisaba de que se suspendía el trabajo físico por las fuertes lluvias. Por lo que tenía que realizar sus labores profesionales vía online.
Corriendo marchó a una cafetería cercana para trabajar en el ordenador. Se pidió un café con leche en vaso, muy caliente y con sacarina. Se sentó en una mesa alta y sacó su ordenador. No funcionaba, no había Internet. Le saltó un «¡Hostia!» más alto de lo normal y se disculpó con el resto de clientes. Es verdad, Hedy Lamarr…
Ya no sabía qué hacer. En la mesa de al lado había un periódico y con un rápido movimiento lo cogió para ver qué estaba pasando en el mundo por la falta de tantas invenciones creadas por féminas. No ponía nada, absolutamente nada.
Qué raro porque nadie tenía estos objetos, aunque no les afectaba, sólo a él. Volvió a intentar escribir en el word para avanzar en el caso de separación de bienes del divorcio de su cliente. Pero le empezó a dolor mucho la cabeza por ver la pantalla. Juan llevaba gafas y al ver el monitor le reflejaba el brillo, le dañaba la visión y le producía dolor de cabeza. Así que decidió apagar el ordenador, quitarse las gafas y frotarse los ojos. Entonces miró al frente y se quedó estupefacto.
Katherine Blodgett fue la primera mujer conocida que trabajó en experimentos con recubrimientos moleculares aplicados al agua, a los metales y al vidrio. Estas pruebas permitirían crear más adelante los cristales antirreflectantes, hoy usados en gafas, cámaras de fotos, ordenadores o telescopios. He ahí la respuesta.
El hombre se ríe y decide recoger todo para marcharse a casa. El viaje en metro le sirvió para preguntarse qué cosas tenía en casa que no iba a poder utilizar. Pensó en tres. La primera es el lavavajillas, un invento de Josephine Cochrane a finales del siglo XIX. Gracias a los conocimientos de mecánica e ingeniería de esta norteamericana, quien sufría por la integridad de su valiosa vajilla china en manos de sus sirvientes, ahora muchas de nuestras casas han podido beneficiarse de un sistema automático y rápido de lavar los platos.
Tampoco podría utilizar la calefacción central, a pesar de ser finales de noviembre y hacer un frío que pela. Esta calefacción fue diseñada por Alice H. Parker, empleando gas natural como fuente de combustión. Y gracias a esta mujer también podemos contar con agua caliente. Algo que tampoco podría usar Juan. No podría ni ducharse.
Y la tercera cosa que pensó, aunque pareciese una chorrada, era el típex. No tenía ordenador y tampoco móvil, tendría que realizar los escritos del caso que estudia a mano. Si se equivocara en algo habría que corregir el texto y todo quedaría «enguarrado». La cinta correctora se inventó en 1956 gracias a Bette Nesmith Graham. Después de que la marca IBM rechazara comercializarlo, decidió venderlo desde su propia casa con el nombre Liquid Paper. Esta mezcla de agua y pintura blanca es lo que hoy conocemos como ‘típex’.
Llegó a casa y paró de llover. Juan se quitó toda la ropa para secarla y decidió darse una ducha rápida. Pero de agua fría tristemente. Salió con su albornoz y se sentó en el sofá frente a la televisión apagada.
Entonces miró a la derecha del mueble y vió a su pez de colores muerto encima del mueble. No había acuario. ¿Por qué? La respuesta es Jeanne Villepreux-Power. Ella fue la que, en 1932, inventó el acuario de cristal para estudiar los organismos acuáticos en un entorno controlado. Y que ahora sirve para que mascotas de agua y humanos puedan convivir en el mismo hábitat.
Cogió el pez y lo tiró al váter. Ya no iba a ponerse a trabajar porque era casi la hora de comer y su mujer iba a llegar del trabajo. Ella era enfermera e igual había tenido algún problema con las jeringuillas de Letitia Geer, o igual no porque él era el único que vivía en esa distopía. De igual manera, con una mentalidad nueva y mejorada, decidió hacerle la comida a su mujer. Una bien romántica.
Ella era vegetariana y la preparó una ensalada de garbanzos con pimientos, con un poco de hummus y pan de pita caseros. Su comida favorita. Acompañado de un tempranillo, queso y velas por toda la mesa. Sólo quería que llegará ya para disculparse.
También quería preparar una tarde de juegos de mesa especial, ya que su hermano y cuñada iban a cenar. Sacó la baraja de cartas, el parchís, el ajedrez y cuando fue a buscar el ‘Monopoly‘, el juego favorito de su hermano economista-financiero, no lo encontró. Tiró de memoria para pensar en si, por algún casual, era un invento de una mujer.
Efectivamente, de Elizabeth Magie. En 1904, trató de explicar los grandes monopolios de la época, alertando a la gente de una forma lúdica; el juego del Monopoly. Desafortunadamente nunca vió el gran éxito de su creación, ya que en la década de los 30 Charles Darrow modificó su aspecto. Cambió algunas de sus normas y lo bautizó por primera vez con el nombre de Monopoly, antes llamado ‘The Landlord’s Game’.
Ya tenía todo preparado cuando llegó su mujer. Y al ver todo el panorama que le había preparado su marido se echó a llorar. Él pensó que era un acto muy tierno, pero igual no era para llorar de alegría porque estaban enfadados. Ella lo abrazó y le preguntó si era por la sorpresa que le había dejado en su cama esta mañana. Él dijo que no le había dado tiempo porque había vivido un día surrealista, que ahora con un poco de vino se lo contaría. Ella dijo que no podía y que fuera ya a ver lo que estaba encima de su cama.
Al ir a su habitación se encontró con que no había nada en su lecho. La mujer se extrañó, estaba segura de que lo había dejado ahí. Se puso a llorar otra vez, y Juan le pidió perdón por la discusión de anoche y que se sentía fatal. A lo que ella le responde: «Estoy embarazada».
Él se quedó perplejo, pero le salió la sonrisa más pura y llena de felicidad que había tenido nunca. La abrazó y lloraron juntos. Luego, mientras comían. Juan preguntó por lo que había encima de su cama y ella le respondió que un test de embarazo. Obviamente no iba a ver nada, culpa de otra mujer. Esta vez de Helen M. Free por inventar las tiras reactivas, un sistema de diagnóstico que permite detectar un embarazo a través de un examen de orina.
A partir de ahí, Juan le contó todas sus peripecias del día y ella no vivió la misma realidad que él, pero que le cree por lo que acababan de vivir juntos. Ese día pasó de ser el peor de su vida al mejor. ¡Su mujer estaba embarazada! Y él siempre ha querido ser padre. Aunque otra cosa le rondó por la cabeza. Cómo esto siguiese así no podrían comprar pañales, porque los pañales desechables fueron creados por Marion Donovan en 1946…
Esperaba que solo hubiera sido un día y nada más. Ya había aprendido la lección. La mujer es la mayor inventora. No sólo porque ellas hayan creado el Wifi, el lavavajillas o la calefacción central, sino porque crearon a todos los hombres inventores.
Juan admiraba cada vez más a su mujer por crear aquello que, aunque no había nacido todavía, ya quería más que nada en el mundo. Y sólo pedía una cosa, que esta nueva criatura fuera una niña.