En un vídeo difundido en redes sociales, un agricultor valenciano ha mostrado con crudeza la situación límite que atraviesa el sector citrícola. Mientras recoge naranjas, denuncia la entrada masiva de fruta procedente de países terceros y lanza al suelo parte de su cosecha como símbolo de protesta.
“Nos toca hacer un viaje corto, del árbol al suelo”, explica. Su gesto no es un capricho, ya que representa la frustración de quienes ven cómo producir en España se vuelve cada vez más insostenible. Según detalla, el coste de un trabajador agrícola supera los dos mil euros mensuales entre sueldo y Seguridad Social, mientras que en otros países apenas alcanza los 150 euros. “¿Cómo se puede competir contra ellos?”, se pregunta.
La denuncia pone en evidencia lo que organizaciones agrarias llevan años advirtiendo, que las condiciones laborales y medioambientales exigidas en España y la Unión Europea no son comparables con las de países exportadores como Egipto o Marruecos. Sin embargo, los supermercados venden esas naranjas importadas al mismo precio que las locales, sin que el consumidor final note una rebaja. Los grandes beneficiados, según el agricultor, son “los operadores y los importadores”, que multiplican sus márgenes.
El vídeo también aborda el problema del desperdicio alimentario. Ante la pregunta recurrente sobre por qué no donar la fruta sobrante a comedores sociales, el agricultor responde tajante: “Ofreces mandarinas y quieren dinero. No quieren comida que dura cuatro días, quieren dinero o que se las lleves tú”. Y añade que en ocasiones se tiran más de 100.000 kilos de fruta al suelo en la comarca.
“Este es el desperdicio alimentario de España”, denuncia, cuestionando la coherencia de las campañas oficiales que llaman a reducir el derroche en los hogares mientras el campo se ve obligado a abandonar toneladas de producción. “¿No hay una ley contra el desperdicio alimentario? Pues aquí la tenemos”, concluye con ironía.
Resume el descontento de un sector estratégico que se siente desprotegido. Entre la presión de la competencia internacional y el incremento de los costes, muchos agricultores valencianos se ven al límite. El vídeo, convertido en testimonio viral, es un recordatorio amargo de que detrás de cada naranja que llega a la mesa hay un productor que lucha por sobrevivir en un mercado cada vez más desigual.