Hoy: 23 de noviembre de 2024
Igual que sucede tras la batalla, tras este debate lo que queda es el escenario de la destrucción, incluso de la devastación. Me temo que no exagero si la impresión que me ha quedado tras el debate de investidura del dirigente socialista como presidente es un Congreso dividido, fragmentado en dos ideas y en dos partes absolutamente irreconciliables.
Una se postula como garante de la democracia y de las libertades; otra alternativa de unidad y solidaridad territorial. Las dos hablan de su esencia constitucional, pero el ‘Gobierno de progreso’ del que habla Pedro Sánchez hace aguas por su enorme dependencia de los deseos y aspiraciones de pequeños partidos independentistas que están hambrientos de llegar a un final que los separa de España y seguir en solitario su camino como nación, tanto los vascos como catalanes.
Pedro Sánchez ha estado poco afortunado al airear la imagen de las ‘dos españas’, al recurrir de forma irresponsable al “miedo a las derechas” para justificar sus alocados pasos hacia la presidencia mediante una amnistía que no ha podido explicar de manera convincente después de decir justo lo contrario antes de las elecciones.
Trincheras
Está demostrado que desde el frentismo no se construye nada. No podemos sentirnos satisfechos después de este fallido ejercicio político si el resultado es la imagen de un Congreso de trincheras que separa y divide. Tenemos un gran país, pero da la impresión de que nos esforzamos por socavar su futuro con los egos y los personalismos de políticos mediocres que no miran por los intereses generales de la sociedad, aunque digan lo contrario.
Durante estas dos jornadas de ‘fiesta de la democracia’ como debería ser un acto de investidura, han sido necesarios 1.600 policías para garantizar la normalidad, y eso ya nos indica que algo no va bien. Del hemiciclo han salido expresiones como ‘odio’, ‘fachas’, ‘retrógrados’, ‘corrupción’, ‘fraude’, ‘golpe de Estado’, ‘traidor’… o incluso ‘hijo de puta’, esto último desde la grada de invitados, que no favorecen mucho a la concordia y la convivencia que tanto necesita la sociedad española.
En el hemiciclo se ha visto demasiada mala leche política y rencor personal, sonrisas culpables, incluso encarnizamiento, que no son el mejor abono para un proyecto de país.
Vox ha ido la excusa perfecta a la que todos recurren para explicar sus ‘equivocaciones’ y un poco afortunado Abascal durante el debate no ayuda a despejar su camino como partido fiable. Eso, unido a los vaivenes de Feijóo durante los últimos meses con declaraciones y gestos confusos que no han entendido ni en su propio partido, han dado alas a un crecido Pedro Sánchez en su voracidad y ansias de poder. Vox le pesa como una losa al PP tanto como alimenta el argumentario socialista.
Burla y escarnio
Si alguna vez los hubo, que no lo parece, este debate ha volado todos los puentes de entendimiento entre las dos principales fuerzas políticas, PSOE y PP, incapaces de ponerse de acuerdo en asuntos de Estado que exigen un talante y una disposición diferentes a la que han mostrado sus líderes desde la tribuna del hemiciclo, que han llegado incluso a la burla y el escarnio del adversario.
Así se puede construir poco. Al contrario, durante estos dos días el PSOE y a través de él Pedro Sánchez, ha aniquilado el espíritu del 78 que alumbró la Constitución que ha permitido a este país disfrutar del periodo de desarrollo, progreso y convivencia social y política más largo de su historia reciente.
Sánchez ha enterrado todo lo que ha supuesto esta etapa, violando incluso los principios y valores del ‘socialismo de Estado’ y ha abierto la puerta de otra cosa que no sabemos cómo y dónde acabará.
Gana el independentismo
El independentismo sale reforzado de esta investidura como gran ganador. Sánchez ha conseguido la ansiada presidencia del Gobierno, pero el poder lo han ganado partidos pequeños que imponen desde sus minorías la política que deberán sufrir millones de españoles.
El debate ha investido de poder al independentismo con un presidente dócil y entregado que ya tiene su regalo: un despacho en la Moncloa en el que recibir órdenes de sujetos como Puigdemont, Rufián o Arnaldo Otegi. Estos serán los ‘presidentes en la sombra’ del nuevo Gobierno español.
Las ventajas económicas, sociales y políticas que tendrán en adelante vascos, catalanes y en menor medida, los gallegos, proyectan un país a dos velocidades con territorios de primera y de segunda en el que todos los ciudadanos no tendrán los mismos derechos ni serán iguales ante la ley.
Amnistía, una brecha
Por mucho que Sánchez y sus palmeros con cargo se hayan empeñado en decir lo contrario, la amnistía abre una brecha inmensa entre el poder legislativo y el judicial. Se quiebra, sí, la separación de poderes que es la esencia de una democracia, y supone, de facto, un modelo que premia a unos ciudadanos frente a otros con un único requisito: ser independentista.
La injerencia política en el estamento judicial es insoportable. Que los políticos sean los que amnistían a políticos es una burla intolerable al poder judicial, que queda muy tocado a partir de ahora.
Lo han dejado claro durante el debate: “Nosotros no queremos el ‘reencuentro’ con la sociedad española, queremos la separación de España”. A nadie se le escapa visto lo visto que la ley de Amnistía registrada ya en el Congreso solo es el principio y que el final no es otro que la independencia de territorios en un trayecto que está ya más que escrito y pactado, aunque todavía no se sepa.
De la tormenta verbal que ha sacudido la Cámara Baja durante este debate me quedo con una idea del ‘popular’ Feijóo que bien parece una sentencia de futuro: “A usted la historia no le amnistiará”. Puede que sea así, pero ¿y a nosotros?, ¿quién nos amnistía a nosotros de tanto despropósito?
Vienen curvas, queridos lectores. ¡Que Dios nos pille confesados!