En el mundo del veneno, Tim Friede es un fuera de serie. Suena a locura —y un poco lo es—, pero este autodidacta de Wisconsin decidió hace más de 20 años que la mejor defensa era el ataque… con colmillos. Ha sido mordido por más de 200 serpientes letales, ha estado al borde de la muerte, y ha sobrevivido para contarlo, con un solo objetivo: construir un escudo humano contra el veneno.
Desde niño, Friede prefirió los reptiles a los juguetes. Con el tiempo, su afición se convirtió en misión: crear inmunidad propia inyectándose dosis crecientes de veneno. Cobras, mambas negras, víboras del Gabón… Friede no esquivó ninguna. En 2001, una mordida de cobra egipcia fue su primer gran test: sobrevivió porque su cuerpo ya estaba “entrenado”.
Pero el veneno no perdona ni al más valiente. En 2011, una cobra con monóculo casi le arrebata la vida: cuatro días en coma y seis viales de suero antiofídico lo sacaron del abismo. “Siempre arde, siempre duele”, reconocía en entrevistas. Pero el dolor tenía meta.
En 2017, el inmunólogo Jacob Glanville (sí, el de Pandemic, en Netflix) se interesó en su sangre. Friede donó 40 ml y con ellos nació una revolución: un tratamiento experimental que, según la revista Cell, ha logrado neutralizar el veneno de al menos 13 especies distintas en ratones. Ciencia pura a partir del cuerpo de un hombre.
Hoy, a sus 57 años, Tim Friede ha colgado las jeringas. Su última mordida fue en 2018. Ahora colabora con la empresa Centivax en el desarrollo de un antídoto universal que podría salvar miles de vidas en zonas rurales del mundo donde los sueros actuales no llegan a tiempo.
Pero ojo: no lo intenten en casa. Ni en el jardín. Ni en el zoo. Friede no es un modelo a seguir: es una rareza. Un loco con causa. Un portero que se tiró a parar sin guantes. Y salió vivo.