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Terrorismo

ETA. | Flickr

Siempre es doloroso pronunciar la palabra “terrorismo” y aún peor haberla sufrido en los costillares del cuerpo y del alma. De lo más reciente no se quiere tener memoria, pero nos mataron a casi mil españoles hermanos y, manteniendo la sangre en la palabra, lo menos que se puede pedir es el reconocimiento y el perdón.

Los de Bildu dan a entender  que fueron atrocidades compartidas. Y el Gobierno se lo consiente: a los que… todavía les votan, no los recomendaría para la convivencia. Los del PNV se lamentan ahora de que “aquello” fue un error y un horror, como si se tratada de peregrinos que casualmente pasaran por allí, cuando en verdad fueron principales culpables al recoger las nueces de los nogales zarandeados. Ellos y los obispos que los jalearon, y los curas que se inventaron un evangelio que nada tenía que ver con Jesucristo. A ninguno de ellos ETA los mató. Tampoco a nadie del PNV, que salieron indemnes de aquella masacre. Menos mal que alguien allí podía dormir tranquilo. Vergüenza nos dan, todavía, sus actitudes.

Hoy, camuflados entre los votos del domingo, se hacen los estrechos. Y los de la leyes de memoria democrática mirando hacia otro lado… Sólo un milagro puede ya esperarse  para salir de este irreparable esperpento.

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