En su momento incorporé a mis valores que el ser humano debe tener una sola prioridad: Mejorarse a sí mismo para añadir curación a la sociedad donde vive. Y esto ha de hacerse desde una navegación balanceada entre intereses y gratuidades. Si fuera posible, más de lo segundo que de lo primero.
A nadie en España le es ajeno hoy que las relaciones sociales y políticas adolecen de afectos, ni siquiera una puntita de disimulo: si me das, te doy; de lo contrario, adiós legislatura… y cosas así. Es como levantar los ojos a la noche y saber que nadie te mira desde lo oscuro. Debe ser triste que nos persigan sólo porque le solucionamos la vida a los demás, sabiendo que el otro sigue con cartas escondidas bajo el poncho… Desbordaría la candidez si en el navajeo diario esperara que alguien clamase: Te busco para quererte.
Que nadie espere anchuras. Que ningún partido político pretenda engañarnos con altruismos irredentos: si la gratuidad no excede al interés, el mundo seguirá siendo un mercadeo sin el gozo de la amistad y haciendo propio el refrán perverso: piensa mal y acertarás.