Sabido es que los amores son eternos mientras duran y, como suelen durar una temporada, la eternidad se convierte en un reloj de esos que se les acaban las pilas.
Vivimos en una sociedad educada para redimir el cansancio de convivir con un hombre o una mujer, supliéndolo en el estreno de otros cuerpos, que se vendrán abajo también cuando se acumulan sobre ellos las madrugadas y entonces, busca que te busca otra vez en el almacén de los reciclados una carne más lozana, sin tener en cuenta que la propia se adormece con turbados asaltos.
Rodar de esa manera por los años es poner de relieve la poca consistencia, la escasa fiabilidad de algunas personas a la hora de decir “te quiero”, sabiendo que es sólo para un rato, que mañana ya veremos si es soportable el acordeón de los vientres. La esposa de los Cantares exclama: “Yo soy una fuente de jardines, un manantial de aguas vivas”.
¡Ay, si un poco más escucháramos las palabras del alma!
Y, ¿cuando el amor se va, qué hacemos con los tatuajes?