Subcontratar el deseo

18 de julio de 2025
2 minutos de lectura
Jóvenes con el teléfono móvil / Fuente: Europa Press - Archivo

Empieza con una excusa. Un “no sé cómo decirtelo”. Un “necesito que suene bien”. Un “quiero ser claro pero sin herir”. Y termina en ChatGPT

El mensaje de ruptura, ese que antes se pensaba durante días y se escribía con las manos temblando, ahora se terceriza. Se redacta por afuera. Se le delega a una IA que no conoce ni el cuerpo ni la historia, pero sí domina el tono correcto, el timing afectivo, la cortesía que lastima menos.

No es un caso aislado. Es una escena cada vez más común en una generación que aprendió a postear mejor de lo que aprendió a hablar. Y que, ante el mínimo roce emocional, busca herramientas que maquillen el conflicto sin tener que atravesarlo. No se trata solo de miedo. Se trata de eficiencia emocional. De optimizar incluso el momento más íntimo: decirle al otro que no, que ya fue, que hasta acá.

Lo mismo con el deseo. Ya no hace falta pensar una frase ingeniosa, ni calibrar el doble sentido. Basta con tipear: “escríbame algo para levantar a alguien que me gusta, que sea sutil pero no tanto”.

Y lo que aparece es una respuesta perfectamente digerible, sin transpiración, sin torpeza, sin riesgo. No enamora, pero tampoco incomoda. No emociona, pero cumple.

La escena es provocadora no por la tecnología, sino por lo que revela: una incomodidad creciente con la exposición afectiva. Un temor profundo a la responsabilidad de decir algo con peso. Como si estuviéramos buscando formas de vincularnos sin asumir del todo las consecuencias. Delegar un mensaje de ruptura o de seducción no es solo un gesto funcional. Es una forma de deslindarse. De no estar tan involucrado en el impacto que eso va a tener en el otro.

Y el resultado es una nueva estética de lo afectivo: educada, correcta, superficial. Una estética donde nadie dice lo que piensa, pero todos suenan bien. Donde nadie se hace cargo, pero todos quedan como personas razonables. Donde los mensajes no hieren, pero tampoco tocan.

La inteligencia artificial no inventó esto. Lo amplificó. Porque había una demanda latente: la de poder cortar, iniciar, incomodar… sin la incomodidad real. Y cuando una tecnología aparece justo en el lugar donde más nos cuesta hacernos cargo, se vuelve irresistible.

Lo que se terceriza no es el mensaje. Es la responsabilidad. Es el temblor de tener que escribir lo que se siente. Es el vacío de enviar algo sin saber cómo va a ser leído. Es la exposición emocional sin anestesia. Todo eso ahora puede evitarse. Con un buen prompt. Con un click. Con una redacción neutra que no deja rastros.

No es insensibilidad. Es diseño en su máxima expresión. Porque el nuevo romanticismo no pasa por el gesto excesivo, sino por la precisión. Y el nuevo ghosting no es silencio: es redacción perfecta sin implicación emocional. Una forma elegante de estar y no estar. De decir sin decirse.

Y cuando hasta el corte se puede automatizar, lo que queda en juego no es la tecnología, sino el vínculo. ¿Qué tipo de relaciones estamos construyendo si incluso las despedidas son copy paste? ¿Qué queda del deseo si ni siquiera somos nosotros quienes lo formulamos? ¿Hasta qué punto se puede subcontratar lo que supuestamente es personal?

Mientras tanto, los chats se llenan de mensajes impecables. Bien escritos. Bien intencionados. Redactados por nadie, pero leídos por alguien que sí va a doler de verdad.

Por su interés, reproducimos este artículo de Joan Cwaik publicado en El Observador.

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