Los burros, con sus ojos grandes, ofrecen una mirada fija y solemne, como de fiel compañía que no quisiera molestar. Aprenden, igual que todos los animales, cuando se les enseña a cumplir adecuadamente sus tareas. Nunca supe por qué a los más incapaces de la clase le colocaban unas orejas de burro. Menos mal que Juan Ramón Jiménez dignificó para siempre al burro de Platero sintiéndolo pequeño y suave, como si fuesen de algodón sus carnes.
…Oído su fama de hombre sabio, a Sócrates se le acercó un padre de familia deseoso de que educara a su hijo:
-De acuerdo, señor, le cobraré cada mes quinientos dracmas, ofertó el filósofo.
-Con quinientos dracmas me compro yo un burro, repuso el padre contrariado.
Antes de que creciera su enojo, Sócrates le respondió:
-Hará muy bien, señor, en educar a su hijo y luego comprar un burro. Así tendrá dos.