Ser confiado no es bueno

10 de diciembre de 2024
2 minutos de lectura
JOSÉ ELADIO CAMACHO

Después de 14 horas de dura jornada, aquel joven trabajador de industrias cárnicas consideraba que tenía bien merecido un descanso. Solitario se dirigió a un cercano y pequeño bar repleto de compatriotas. Sobre la barra pidió de beber y extrajo su móvil para curiosear y matar el tiempo. Alguien de forma excesivamente exagerada y efusiva se le presentó como un oriundo de su país entablando con él una conversación propia de aquel lugar que les resultaba familiar y cercano, compartiendo confidencias y anécdotas mientras van ganando mutua confianza. Nada extraño tiene que otra pareja, supuestamente del mismo lugar, se incorpore a su costado.

De forma aparentemente casual los recién llegados participan en la conversación, y una vez que el sexo femenino de los recién llegados cruza miradas amigables con el joven obrero, la palabrería discurre a cuatro bandas. Después de un breve espacio de tiempo en el nadie se ausenta, nuestro protagonista decide acudir al servicio para descargar y poder continuar bebiendo. Al incorporarse nuevamente al grupo sus recién conocidos le dicen que han pedido un licor en sendas copas para celebrar el encuentro. Confiado el joven lo toma y apura. A partir de este momento su persona se transmuta en un vacío permanente, su conciencia viaja por un universo que no es el nuestro, y todo ese tiempo no le contabiliza como vivido. Sin saber cómo amanece adormilado sentado en un banco de un parque cercano al local de ocio.

Nada recuerda entre la ingesta de bebida y la fría luz de la mañana que le despierta. Nada sabe ni conoce, excepto que al registrar sus pertenencias le falta su valioso y cuantioso móvil (1200 euros) adquirido tras las interminables jornadas de trabajo. Se da cuenta que ha sido víctima de un delito perfectamente orquestado por aquellos que le trataban como un igual entre los desiguales. Acude a Comisaria a interponer la correspondiente denuncia. Los funcionarios policiales le muestran álbumes de fotografías entre los habituales. Sin duda reconoce a la chica, ya que recuerda que antes de su viaje astral sin rumbo ésta tenía un diente de oro y un tatuaje en la espalda. También reconoce en otro muestrario al chico que la acompañaba.

Asumida la perdida (el móvil no estaba asegurado) y desolado por lo ocurrido trata de volver a la normalidad de su vida. Días más tarde la policía le informa que los sujetos en cuestión han sido detenidos y que le llamaran del Juzgado correspondiente para realizar la diligencia de reconocimiento. Probablemente acabará también reconociendo en los Juzgados a los actores-autores del delito.

Sorpresivamente recibe en el móvil recién adquirido una llamada del individuo que inició la conversación preguntándole como había pasado aquella jornada ya que le había visto como alegre se marchaba con la joven hacía un hotel, y antes de finalizar la llamada igualmente le recordaba que él no conocía a la pareja que se les acercó y que el encuentro entre todos ellos había sido meramente casual. Seguramente tan casual como el que posteriormente se producirá entre ellos en los juzgados.

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