Asegura la demoscopia que los independentistas catalanes tienen cada vez menos seguidores. Y es que, en un análisis a vuelapluma, qué futuro les esperaría a quienes sigan las huellas o las propuestas de señores tan poco atractivos como Puigdemont, Junqueras o Aragonés. Seguir a honorable Pujol era más fácil porque, aunque tuviese la mirada larga, sus pasos eran cortos y no se pudo esconder todo el tiempo detrás de las esquinas.
Ellos pretenden ser mesianicoparlantes de un idioma que en Europa no se sabe valorar lo suficiente. Y creadores de una infraestructura que ni el señor Junqueras, en su intimidad, puede ver con buenos ojos. Cuesta trabajo seguir a un fugitivo, sobre todo si, furtivamente, ha cambiado de maletero en la autovía. Al señor Aragonés se le ve más serio, al menos cuando sube como un príncipe empinado la escalinata de la Generalidad.
De todos modos y aprovechando los recientes tiempos navideños, es difícil seguir a estos señores que en nada se parecen a los Reyes Magos; más bien, si te descuidas, se llevan hasta la bolsa de los regalos para venderla luego por quince céntimos, como en Mercadona.