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Sánchez y Sumar se reparten el encaje legal de la amnistía a Puigdemont

Sánchez

Pedro Sánchez, y Yolanda Díaz en el Congreso

Como Junts no lo veía claro, forzó el penalti y Moncloa filtró que en justicia cabe todo

Una vez liquidado electoralmente el incordio de Unidas Podemos, y aprovechando la melancolía del PP por sus magros resultados electorales y la duda hamletiana del PNV, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz se han repartido el trabajo de conseguir el encaje legal y constitucional de la amnistía a Carlos Puigdemont que facilite la investidura del presidente del Gobierno en funciones y lo mantenga en la Moncloa.

Sánchez sostiene un perfil más institucional, evitando que sus pronunciamientos suenen a intromisión en la justicia y que diputados y cargos del PSOE, opuestos a pactar con Puigdemont, reaccionen y den al traste con la ansiada coronación; pero su prudencia no acababa de persuadir al prófugo, y Moncloa no tuvo más alternativa que filtrar una insensatez: “En Derecho cabe todo”.

Pero Sumar, que es ‘Plácido’ en este banquete y a quien corresponde el ‘dirty job’, lleva trabajando en la formulación legal y constitucional de la amnistía desde el 24 de julio, cuando la endiablada matemática electoral puso a la coalición gobernante en la tesitura de dejar gobernar al PP, repetir comicios o pactar con el prófugo; una vez descartado el lógico acuerdo de Estado entre los dos principales partidos constitucionalistas, respaldados por una amplísima mayoría.

Aun cuando Sánchez no consiga investirse, no teme por su futuro en Moncloa; pero en el caso de Yolanda Díaz y los principales cuadros de Sumar, sería traumático no tocar pelo porque verían reducida su influencia a los derechos inherentes a 31 diputados, diez más que los conseguidos por el fallecido Julio Anguita con su letanía de “¡programa, programa, programa!”

Tener grupo parlamentario propio mejora la salud de las arcas de los partidos, pero sin la posibilidad que conceden una vicepresidencia y varios ministerios para estabular a ilustres de la vanguardia del proletariado. La ecuación es simple, si pactamos con Puigdemont, nos mantenemos en Moncloa y podemos seguir haciendo cosas ‘chulis’, pero si no lo conseguimos, muchos camaradas dejarán de comer caliente y ya no tenemos autonomías ni ayuntamientos grandes para recolocar a los desplazados.

Casi nadie duda de la capacidad del PCE -verdadero poder dentro de la coalición- para reinventarse en cada circunstancia histórica, pero una cosa es la maquinaria política-electoral y otra muy distinta meterse en camisa de once varas jurídicas por urgencia política.

Hasta la fecha, los estamentos judiciales -muy golpeados por la guerra PP-PSOE de los últimos años- mantienen prudente silencio sobre la formulación de una amnistía que puede ser un boomerang para los protagonistas de la coalición gobernante, aunque los reveses tengan ahora un sabor diferente porque los propulsores parecen más maduros, sin renunciar al relativismo moral que asola a las sociedades postindustriales.

Como en todo episodio nacional habrá algo de sensatez, esquizofrenia y sainete y frente a los reparos sensatos de constitucionalistas y juristas prestigiosos y coherentes, no faltarán exaltados del 5to. Regimiento proponiendo que Sánchez y Díaz sean condecorados con la Orden de San Raimundo de Peñafort; nos aguardan días de tribulaciones y peloteos.

Analistas y españoles de a pie cuestionan la probable alianza del PSOE con Junts y la efectiva con EH Bildu; sin reparar que el pacto con los comunistas es muy contra natura y no solo por los desmanes de la III Internacional contra los socialdemócratas, sino por las matanzas y persecución de socialistas y anarquistas, antes y durante la Guerra Civil Española; crímenes que facilitaron el avance de los nacionales en casi todos los frentes.

El ejercicio del poder torna olvidadizos a los agraviados y los beneficiados parecen felices. Sobre todo ahora, que el progresismo, un subproducto de la estrepitosa caída del Muro de Berlín, encandila a votantes de todo el mundo, incluidos los desplazados por los excesos del capitalismo financiero que ha hecho polvo a las clases medias, soporte principal de la socialdemocracia.

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