Alrededor del año 150 a. de C., viendo las milicias romanas que no avanzaban en su total conquista de la Hispania, sobornaron a Ditalco, Minuro y Audax para que asesinaran al caudillo Viriato quien, con su arrojo, impedía los progresos del ejército invasor.
Cuando los traidores fueron a reclamar la recompensa de su trato, recibieron de los mismos que les degradaron la conocida frase que encabeza nuestro comentario: “Roma no paga traidores”.
Al llegar hoy en mi casa, he notado que el espejo de la entrada ya no me mira como antes: refleja las gafas del revés; el sombrero ya no es de fieltro, sino de paja amarilla y ese olor de macetas acostumbradas a la sombra que perfumaba el ambiente, se ha convertido en pestilencia. Alguien ha sobornado el azogue para que confunda mis valores y aquello que era azul, ahora aparezca ante mis ojos blanco.
Y lo que siempre fue felonía y crimen, ahora se camufle como una bandera de progreso… Tampoco España ha pagado traidores, al menos hasta ahora.