Veo esta mañana, tan sólo a unos pasos, cruzar al niño que fui y que entonces se preguntaba —locuras de siempre— por qué nadie tenía relojes de sol en sus muñecas. Al fin y al cabo, las horas de sol son las que cuentan.
-¡Relojes de sol en las muñecas!… este niño está loco.
Pero no estaba loco porque lo que yo, sin saberlo, iba buscando era luz, más luz, como Einstein a punto de cerrar los ojos. Relojes de sol en las muñecas porque así, en cualquier sitio, se puede calcular la claridad del tiempo que vivimos.
Relojes de arena, digitales, en los coches o en las torres. Relojes en el corazón que vayan anunciando dulcemente las horas que nos quedan… He llegado a la conclusión de que Dios tiene en su muñeca grande un inmenso reloj de sol que sólo reconoce las eternidades.