Hoy: 23 de noviembre de 2024
Aquel día, víspera de Nochebuena, no era una fecha más; para él era su auténtica tragedia. Hacía meses que tenía en su mente el temor a ese día, que le removía las entrañas. Se acostó después de ingerir sus pastillas, que desde hacía años se veía obligado a tomar para poder dormir. Y cerró sus ojos sin la esperanza de que el día siguiente fuese mejor.
Se levantó como un animal herido, le dolía todo el cuerpo. Quería terminar de una vez. Lo tenía decidido. No vería el Año Nuevo, se iría sin ruido y por fin descansaría de su vida vacía. Tantos éxitos, tantos premios… Pero el odio hacia todo y hacia todos lo estaba matando.
Sentía una fobia hacia las multitudes y amaba el silencio con los repetitivos susurros en sus oídos.
Él era un escritor con fama y una buena calidad de vida, pero personalmente estaba destrozado, quizás no había sabido gestionar sus vivencias. Había tenido diferentes parejas, pero ninguna se perpetuó.
Desayunó y después de vestirse para salir, miró hacia la calle desde el gran mirador de su casa y pensó: “Qué asco de gente, todos deambulando como locos de un lado a otro cargando con paquetes, no lo puedo soportar, quiero días normales, no quiero vivir esta farsa”.
Salió a la calle como siempre, bien vestido, con un abrigo negro, sombrero y guantes. Tenía un porte impecable, saludó al conserje y le deseó un buen día.
No paseaba, andaba por las calles, su cabeza no lo dejaba en paz, entró en una librería, miró los libros y, entre ellos, vio uno de los suyos. Es curioso, no se sintió bien. Al contrario, pensó: “Qué forma de perder el tiempo haciendo partícipes de mis sensaciones a gente que no siente, que no vive, que no entra en la historia que expresé en su momento”.
Salió sin comprar y continuó andando. Entró en un pequeño restaurante al que solía acudir habitualmente y pidió el menú. No quería ver la carta, todo le angustiaba. Estaba vivo pero se sentía muerto, sólo necesitaba evadirse, no pensar.
Miró a su alrededor y en una mesita casi escondida en una esquina reconoció a un antiguo compañero del periódico, aquel periódico que le enseñó, que le formó y que le dio los mejores años de su vida.
Gracias a esos años logró ser un escritor de éxito. En ese momento sus miradas se cruzaron y vio con estupor que se acercaba. “No quiero ver a nadie”, pensó. No le dio tiempo a más: se saludaron y le invitó a tomar asiento. Aquel hombre no era la imagen de antaño, pero le hacía recordar tiempos pasados y vividos a tope.
Seguro que no tendría una vida tan vacía como la suya, pensó.
—¿Qué ha sido de tu vida? —le preguntó.
—Continúas igual de elegante, has cambiado muy poco, a no ser por esa mirada que te delata —le espetó.
—Si quieres me lo cuentas estoy aquí para ayudarte si me aceptas.
Se quedó perplejo. No sabía qué decir. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por su estado. Le dejó sin palabras. Reaccionó y le preguntó:
—Y tú, ¿cómo marcha tu vida? Hacía años que no sabía nada de ti.
—Pues vivo como puedo, escribo pequeños artículos en varios periódicos, pero la vida se me fue cuando pasó el accidente.
—¿Accidente? —inquirió. Por primera vez le interesó saber que había pasado con la vida de su antiguo compañero.
—Perdí a mi mujer y al hijo que esperábamos. Un turismo nos dio de frente a una velocidad endemoniada. Mi mujer murió en el acto y el destino me dejó vivo pero destrozado. Pasé un año sin poder andar y me sometieron a varias operaciones. Hoy lo puedo contar.
—Desde entonces me preocupo por las personas, cosa que antes no hacía y eso me hace conciliarme con la vida; después de intentar quitarme de en medio decidí no intentarlo más y aprovechar la oportunidad que el destino me había regalado. Y por fin tengo mi sitio aquí. Y estoy bien. Mi mirada es triste pero mi vida la tengo llena.
“Vaya lección” —pensó— “Es una luz en mi vida de vacíos interminables, de no querer interesarme por nadie…”
Estaba asombrado, me había sacado de mi ostracismo, me interesaba conocer más, quería saber, quería estar vivo como él… pero no tenía fuerza ni sabía cómo hacerlo. Un largo silencio nos acompañó, comimos juntos y se nos pasaron las horas repasando.
Repasamos nuestras vidas minuciosamente y al salir del restaurante nos sentamos en un parque y continuamos nuestra charla. Quedamos en vernos antes de terminar el año y me dijo: —yo estaba igual que tú, perdido y queriendo desaparecer de este mundo, todo me parecía una carga insoportable, hoy me alegro de poder ayudar a otros que han pasado por lo mismo.
Nos despedimos después de darnos nuestros teléfonos y me fui a casa con una sensación agradable y con unas enormes ganas de escribir.
Me di cuenta que todo en casa me parecía distinto y empecé a ver una luz dentro de mi oscuridad. Reduje los tranquilizantes para dormir y comencé a sentir apetito. Escribía y salía a dar un paseo comía en lugares diferentes y regresaba a casa con ganas de estar en ella.
Volví a ser capaz de concentrarme en la lectura y podía dormir sin interrupciones. El día antes de Nochevieja me llamó para vernos y charlar un rato, me gustó la idea y nos vimos en una cafetería próxima a su casa. Hacia frío y empezaron a caer algunos copos de nieve, pero dentro se sentía uno muy confortable y con una temperatura muy agradable.
Desde entonces mi vida cambió, él fue capaz de traspasar mi coraza de frustraciones y llegó a mi yo dormido, hoy tengo esperanza en los demás y quiero vivir, merece la pena. Esa Nochevieja fue mi triunfo por estar, por sentir y sobre todo por estar vivo.
Es un relato de esperanza!
Todo es posible en esta vida con esfuerzo y determinación.
Incluso a veces solo es necesario un pequeño estímulo para poder continuar hacia adelante.
Es leer a Camelot y encuentras siempre un significado en sus escritos.