La niña había dejado escrito en su cuadernillo blanco de ir a la escuela:
-Dejad las flores como están. Todavía quedan por nacer las margaritas…
Y se fue con la abuela Rosa en busca del tren que las había de llevar a Vinuesa, cerca de la Laguna Negra. Porque la niña quería saber si es verdad que en la Laguna anidan los buitres y el eco duerme en sus aguas como si fuese la voz cansada de una diosa muerta. Vegetación intensa, enhiestos hayedos, verduras interminables y riscos afilados que custodian el mar pequeño donde beben todos. Y en donde algunos han muerto, según el día, porque a veces las águilas sedientas, antes de beber, han afilado sus picos en piedras venenosas.
A la niña le habían advertido que no se acercase, que cuando se enfurecen las aguas de la Laguna, emergen gritos de la profundidad que dejan sordos a los de oídos de cualquiera. Clamores que se adelantan a una mano grande que estrangula los cuellos de quienes se miran en sus espejos.
Ésta, o parecida, es la leyenda de la Laguna Negra: Dos hijos, de tres, habían matado a su padre para quedarse con la herencia antes de tiempo. El cuerpo lo echaron a la Laguna con una piedra tal que no podía ser abarcada por los cuatro brazos juntos. Con el crimen se cuarteó la tierra que producía, la Laguna Negra se volvió transparente para que nadie supiera que había escondido el agua. Y la ruina alcanzó sin demora a los asesinos hasta que llegó el hijo tercero, el inocente, el que nada sabía del crimen ni del terror frío de sus hermanos. Él rescató las tierras improductivas que conservaban, al menos, la memoria de la familia frente a los hermanos, verdes de espanto por la codicia, aún sin claridad en la mirada…
La Laguna, entonces, con el tercer hijo, sacó de nuevo de las arcas sumergidas el antiguo ropaje azul intenso, casi negro, de sus aguas. Los trigos nacieron solos y Soria conoció, gracias al candor del aparecido, las más altas espigas. Desde la Laguna Negra, empinándose un poco, casi se adivina la Mole del Moncayo, blanca y rosa, que el poeta llorase estando lejos.
Don Antonio Machado fue a la Laguna Negra, muchos años antes que esta niña de hoy. Y escribió al despedirse:
-La maldad de los hombres es como esta Laguna Negra, que no tiene fondo.
…El cuaderno sigue allí, con su propuesta: Dejad las flores como están. Aún tienen que nacer las margaritas.