Durante la pandemia de COVID-19, millones de personas experimentaron la pérdida temporal del olfato. Para la mayoría, este síntoma desapareció en días o semanas. Sin embargo, cerca de uno de cada cinco pacientes sigue sin recuperar el olfato meses o incluso años después de la infección. Lo que al principio se pensaba como un problema pasajero, hoy se entiende como un fenómeno complejo que involucra tanto la nariz como el cerebro.
Un estudio reciente publicado en Scientific Reports reveló que la pérdida prolongada del olfato no solo se debe a la nariz. Estructuras profundas del cerebro, como la amígdala, el putamen y la corteza piriforme, también se ven afectadas. Estas regiones son clave para percibir los olores y para integrar la información sensorial en nuestra vida diaria.
Los investigadores utilizaron resonancia magnética con tensor de difusión para analizar la conectividad y la estructura de la materia blanca en el cerebro. Compararon a 31 pacientes con olfato persistente y 30 que lo habían recuperado. Los resultados mostraron alteraciones en la mielinización y la estructura axonal de áreas cruciales para la olfacción. Esto sugiere que, en algunos pacientes, el cerebro no procesa correctamente las señales olfativas, impidiendo la recuperación del sentido del olfato.
Además, estas alteraciones cerebrales no se limitan a la olfacción. También afectan regiones relacionadas con la memoria, las emociones y la toma de decisiones. Esto explica por qué muchos pacientes experimentan cambios de ánimo, ansiedad o incluso síntomas depresivos junto con la pérdida de olfato, según ha publicado Antena 3.
Un hallazgo notable del estudio es la parosmia, es decir, la percepción distorsionada de los olores. Aproximadamente un 38% de los pacientes con olfato persistente la presentan. Esto ocurre cuando el cerebro interpreta de forma incorrecta las señales olfativas. Las alteraciones en la corteza piriforme, la amígdala y la corteza prefrontal parecen ser responsables de este fenómeno, mostrando que la disfunción olfativa post-COVID es tanto periférica como central.
El impacto emocional también es importante. Los pacientes con olfato prolongadamente afectado reportan mayor ansiedad y depresión. Sus puntuaciones en los cuestionarios PHQ-8 y GAD-7 fueron significativamente más altas que en quienes recuperaron el olfato. Esto evidencia que la pérdida del olfato no es solo un inconveniente sensorial. Tiene consecuencias reales sobre la calidad de vida y el bienestar emocional.