Hoy: 22 de noviembre de 2024
Apetece estos días prenavideños escribir sobre el amor que debe enmarañar dulcemente la vida. O sobre la mar, que trae banderas azules y pacíficas de latitudes distintas, quizá desde lo profundo de sí misma. Apetece leer un libro de cuentos y pasar alegre las páginas de los sueños, como si se hubiesen cumplido… Pero España está sin sosiego.
Creo que fue Chesterton quien advirtió: “Cuando se deja de creer en Dios se comienza a creer en cualquier cosa”. Y cualquier cosa hoy entre nosotros es aceptar que algunos, muy pocos, se empeñen en romper los límites de la convivencia. Que los asesinos ni siquiera pongan cara de equivocados. Que las mentiras aparezcan disfrazadas de sutiles encajes hasta que aparezcan siendo verdades indiscutibles (léase la ley del aborto como exigencia de un derecho, entre otros). Que se pueda atropellar con leyes urgentes y arbitrarias lo que requiere de sosiego y parlamento. Y que todo se haga invocando nuestro bien cuando se sabe lúcidamente que toda esta amalgama de desasosiegos, de continuas y pequeñas tiranías, desemboca en dictaduras donde cuelgan a los disientes de los árboles para que callen las cítaras de su palabra… Sin sosiego estamos.
Leo hoy a San Juan de la Cruz: El alma pacífica y sosegada es un convite continuo… España está desasosegada y sin alimentos que recibir de quienes nos gobiernan. O, mejor dicho, con sustancias de simiente vana que, aunque vacías, lucen doradas. Sobre los manteles de nuestra mesa familiar y cristiana, en lugar de manjares, quieren que aparezcan venenos disimulados en los mazapanes, vomitivos dentro de las rojas cigalas, polvillos de muerte en las copas de cava.
El expresidente de Perú ha dicho que estaba drogado cuando impuso a las Cámaras de Representantes la derogación de las leyes. Pero hay muchas formas de estar drogado sin saberlo, muchas maneras de creer que los pájaros pueden volar en el vacío… Sin embargo, duele esta desventura atribulada hasta el punto de sentir, como Cernuda, que se es un buen español sin ganas.
Hoy, viendo lo que vemos y sufriendo lo que sufrimos, debemos sumarnos al coro melancólico de Pessoa: estamos tristes por debajo de la conciencia.