He asistido, al menos que yo recuerde, a tres eventos donde se requería la lectura de un salmo, de un poema y de una aproximación a la mística en un curso de coloquios intelectuales.
La primera, en el salmo 128 se lee: “Tu mujer, como parra fecunda”… Se leyó: Tu mujer, como perra fecunda. El señor que en la iglesia se confundió de esa manera miró, sin saber lo que dijo, a su esposa y damas de alrededor, que sonrieron perturbadas.
Esta segunda vez fue una señora enamorada de la poética nerudiana que aguardó su turno para recitar el tercer poema de amor donde está escrito: “Ah vastedad de pinos, rumor de olas quebradas”… Ella declamó: Ah vastedad de penes. Y todos miraron al bosque de los que estaban sentados.
En la tercera desviación lingüística, el profesor expuso un poema de San Juan de la Cruz, extraído de la Noche Oscura, que dice: “Y yo le regalaba, / y el ventalle de cedros aire daba”. El experto, quizá de buen olfato y con la solemnidad de un transverberado, extendió sus manos para referir: Y el ventalle de cerdos aire daba.
¡Ay, cómo nos influyen las circunstancias!